Hace años que soy huérfano. Al principio me costó darme cuenta. Me negaba a admitir esos fatídicos decesos, a continuar caminando solo por la vida. Me autoengañaba diciendo que aquello era algo temporal, que solamente se trataba de una fuga pasajera; que esos sentimientos y esas sensaciones volverían tarde o temprano. Sin embargo hoy, después de muchos años, me digo que debo aceptar la realidad, que no puedo entregarme a más engaños.
Y es que hace años que murió mi alegría, ésa con la que gozaba de las cosas más insignificantes, ésa que me dibujaba una amplia sonrisa en los labios e iluminaba mis ojos con radiante luz cuando me cruzaba por la calle con un conocido a quien no veía desde tiempo atrás; o cuando me reunía con unos amigos para pasar unas horas juntos, compartiendo unas cervezas.
Y es que hace años murió mi esperanza, ésa que me hacía pensar que algún día todo cambiaría, que mi vida volvería a tener sentido; ésa que me hacía levantarme después de cada caída y limpiarme las heridas para reemprender el camino, para regresar a la senda y aventurarme una y otra vez para conseguir mis objetivos, para acortar paulatinamente las distancias hasta llegar a mi destino.
Y es que hace años que murió mi ilusión, ésa que me hacía levantarme con energía por las mañanas, ésa que dibujaba un claro de luz en mi mente, que me embriagaba de entusiasmo y conseguía que mi vida tuviera sentido, ésa que me daba fuerzas para luchar, para seguir batallando jornada tras jornada; ésa que hacía que en mi interior siempre sonara una dulce melodía.
Y es que hace años que murió mi risa, esa espontánea y a veces estruendosa carcajada, que en ocasiones llegaba a inundarme los ojos con lágrimas de felicidad por el más nimio acontecimiento. Hoy las únicas lágrimas que bañan mis ojos son tristes, amargas, desoladas, fruto del dolor y de la angustia. Lágrimas nacidas del desconsuelo, de la impotencia y de la rabia.
Y es que hoy, mientras escribo estas quejumbrosas líneas sentado frente a mi escritorio, en esta tarde que declina, cuando unos pocos y agonizantes rayos de sol aún rasgan unas oscuras nubes que reposan mansamente en el cielo, grises y tenebrosas, pero sin fuerzas para descargar y unirse a las aguas que ya han empañado las calles, acompañado por esta bella estampa que generosamente me ofrece el firmamento sangrante, con este sagrado espectáculo de luces y sombras, con este cielo teñido de escarlata, hermoso regalo de contraste de los inmortales, vuelvo, una vez más, a hundirme en mis nostalgias, asaltado por la insondable pena de mis orfandades.
Autor: Javier García Sánchez,
desde las tinieblas de mi soledad.