Aún el cielo se presenta gris y frío; todavía los vientos agitan mi persiana y las aguas amenazan con desprenderse desde lo alto de un momento a otro y volver a bañar las calles, aunque no sea más que con unas tímidas gotas que lejos queden de los bravos aguaceros que unos pocos días antes me retuvieron en casa como un grato prisionero que felizmente contemplaba desde su celda toda esa belleza. En aquel entonces, la precoz noche tiñó la ciudad con sus penetrantes tinieblas, en agudo contraste con los deslumbrantes rayos que desgarraban el ancho firmamento, mientras una nostalgia sosegada y tranquila iba apoderándose de mí que, con los párpados entrecerrados, miraba hacia lo más hondo de mi alma hallar las sombras siquiera de aquellas esperanzas perdidas, esas ilusiones vivas, esa felicidad ingenua de que llegué a gozar en mi más tierna infancia.
Hoy, sin embargo, carezco de esa calma que sólo tres días atrás albergara. Las aguas se amontonan junto a las compuertas de mis ojos que, apesadumbrados, se enfrascan en las mismas preguntas que siempre les han atenazado. Preguntas que nunca hallarán respuestas; preguntas que me acompañarán mientras respire y se extinguirán cuando expire el cuerpo, cuando se apague este pesar que sin cesar golpea contra mi malherido espíritu.
Hoy me falta el aliento. Entrecortados suspiros sacuden mi pecho, como aquél que todavía se repone de un largo llanto, aún con el resto de las convulsiones que han originado la marea en las entrañas. Azorado, impotente ante el devenir, asisto impasible a las jornadas que una tras otra se suceden, al tiempo que la fina tela va cayendo sobre mis pupilas, que se anegan en cálidas lágrimas mientras se va nublando mi mente al volver a recordar aquellos lejanos tiempos, cuando era niño y en las gélidas y solitarias tardes de invierno me refugiaba baja las reconfortantes brasas de la estufa; escondía la cabeza entre las faldas de la mesa camilla y miraba el círculo de fuego anaranjado que destacaba en medio de aquella negritud; respiraba ese aire contaminado y buceaba entre las incipientes nostalgias de un tímido adolescente, todavía cargado de deseos que aguardaba se cumplieran en los años venideros.
Poco a poco fueron resquebrajándose las sonrisas de aquel niño, al tiempo que las tinieblas empezaban a adueñarse de aquel corazón que al principio había latido con tanta fuerza, con tanto ímpetu, y lo marcaban con dolorosas heridas, inundado por constantes tormentas.
Autor: Javier García Sánchez,
desde las tinieblas de mi soledad,
30-11-2016.
Quanta nostàlgia de la infantesa! Jo sovint també penso quan era petita, en la innocència i lo bonic que era no tenir preocupacions i desconèixer les maldats del món… Però a llavors, una es fa gran i veu la crua realitat!! I la il·lusió s’esfuma!!
Però com sempre et dic, la vida adulta pot ser igualment bonica. Només cal trobar les coses posotives!! 😉
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Moltíssimes gràcies, Lidia. Tens raó. Eixes coses boniques existeixen, i són moltes, però de vegades em costa vore-les.
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Hi ha dies en que a mi també em costa, però després penso que vull ser feliç i la felicitat ens l’hem de proporcionar nosaltres mateixos. Jo abans pensava que tot m’havia de venir de fora: la felicitat, la il·lusió, l’amor… però no! Ha de començar dins, en nosaltres mateixos. Després de fer aquest aprenentatge de vida, ara sóc capaç de veure i viure les coses d’una forma molt més saludable emocionalment parlant!!
Et recomano que intentis aquest autoaprenentatge!!
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Espero que no pensis que em poso on no em demanen. A hores d’ara, ja saps com sóc! Jajaja
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jeje. Tranquila, Lidia. No em molesten gens ni mica les teves paraules.
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M’alegra poder «parlar» amb tu sense embuts, amb confiança. Espero que hagi anat bé la teva passejada nocturna. Una abraçada.
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Moltíssimes gràcies, Lidia. Intento ser obert, perquè m’agrada ser sincer, tot i que de vegades em pugui donar vergonya o se’m faci difícil dir certes coses. Una altra abrçada per a tu.
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