Todo estaba saliendo bien, mejor de lo que esperaba, como de costumbre; pero yo soy así: tan inseguro, que creo que es imposible que las cosas sean fáciles. En cualquier caso, todavía me faltaba el último trámite, subir al avión. Entonces me dirigí a la puerta de embarque y descansé mientras consultaba el reloj, aún un poco tenso. El embarque debía empezar a las 21:10, pero a esa hora no había nadie en el lugar. Por absurdo que pueda parecer, en ese instante volvió a entrarme el pánico; temí haber perdido el vuelo, haberme ahogado en la orilla después de tanto nadar. Me acerqué a algunas de las personas que esperaban sentadas y les pregunté; iban a tomar el mismo vuelo. Ahora, mientras escribo estas líneas, con la inteligencia retardada propia de mí, entiendo que no podía ser de otra manera, pues esa puerta sólo estaba habilitada para nuestro destino.
Me informaron con resignado y estoico humor de que el avión llevaba retraso, y que la salida no se esperaba hasta las 23:30, casi dos horas más tarde de lo previsto. La noticia me tranquilizó, pues revelaba que no había habido ningún error por mi parte. De todos modos, seguía temiendo un problema, ya que el vuelo inicial debía dejarnos en Tenerife Sur hacia las 23:50, hora local -las Islas Canarias tienen la inmensa suerte de tener una hora menos, lo cual se traduce en una hora más de sol, a pesar de que, geográficamente, la Península debería tener el mismo uso horario. Sé que siempre he dicho que prefiero la oscuridad y el frío, pero ésta es una de las muchas contradicciones que me caracterizan-. Mi amiga y su novio me recogerían para llevarme hasta la capital. Debía avisarla, por tanto, de que se abstuvieran de hacer el viaje. Pero tenía sin saldo el móvil, y tampoco tenía datos para ponerme en contacto con ella; debía ponerme el wifi del aeropuerto. Ahora bien, soy tan torpe para las nuevas tecnologías, que tampoco me aclaraba para conectarme. Consulté en vano a varios de mis acompañantes anónimos, mientras crecía en mí el desasosiego. Mientras recorría los pasillos volví a ver a las dos chicas jipis, también esperando; tenían en el rostro una expresión de disgusto. Supuse que habrían pagado una elevada suma.
Afortunadamente, la suerte volvió a sonreírme. Esta vez fue una amable tinerfeña quien me ayudó. También ella tuvo problemas para establecerme la conexión, pero estuvo toqueteando el móvil con tenacidad hasta que lo consiguió. Entonces le escribí a mi amiga y le dije que se quedara en casa; me respondió divertida y le dije que el vuelo llevaba retraso, y que no llegaría hasta las 2:00. Le sorprendió el imprevisto, pero insistió en ir a recogerme, a pesar del trastorno que ello les ocasionara. De no ir, yo tendría que coger el autobús –guagua es el término que se emplea allá.-, que por 1.600 ptas. me dejaría en la capital al cabo de una hora, y entonces aún debería coger un taxi para llegar hasta el hotel. Mi amiga, tan atenta como es, me dijo que si me dejaban solo era capaz de amanecer en el Teide, debido a mis problemas de orientación. Por supuesto, cuando leí su respuesta solté una carcajada.
Me supo mal ocasionarles ese problema, pero su actitud me confirmó una vez más lo buena persona que era. A su novio no lo conocía, pero pronto me demostraría que era tan detallista y considerado como ella. Sin haberlos tratado cara a cara antes, aquella noche se portaron muy bien conmigo, salvándome de una muerte por hipotermia en las altas cumbres del Teide.
Autor: Javier García Sánchez,
desde las tinieblas de mi soledad,
23-03-2017.
L’experiència és un grau, amic! Els vols nocturns solen acumular més retard que els diürns. Ara ja ho saps per la propera vegada!! 😉 Una abraçada, Javi! 😊
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jeje. És que era la primera vegada, i era el vol més econòmic.
Una forta abraçada, Lidia!
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