UNA GRAN EXPERIENCIA (V). 22-F

Estábamos terminando de negociar los últimos pormenores de mi rescate cuando oí por megafonía la llamada a los pasajeros del vuelo a Tenerife Sur, anunciando que en breves minutos empezaría el embarque. Debido al pánico que me había entrado al principio, cuando temía haber perdido el vuelo, me había alejado de la puerta, en busca de alguien que me pudiera configurar el wifi; de modo que ahora debía deshacer el camino. Pero, teniendo en cuenta los nervios que tanto me caracterizaban, así como el hecho de tener que enfrentarme a una situación nueva, hizo que se me volviera a acelerar el corazón. No me calmé hasta que, ya en la cola, comprobé que la apertura aún se demoraría unos minutos, y que aún me quedaba tiempo para una nueva libación.

***
Descendió por las escaleras que llevaban a la pista y siguió a los demás pasajeros, a gran parte de los cuales conocía después de la larga espera que había tenido que soportar. Le daba la impresión de encontrarse dentro de una película; de ser todos meros personajes que asistían a los caprichosos designios de un director travieso que se divertía jugando con ellos.
Ya en el avión, el piloto les informó de que había habido un problema por viento en Portugal. Seguramente se refería a la calima procedente del Sáhara, que desde hacía unos días sacudía a las Islas Canarias. En cualquier caso, lo que hubiera pasado no le importaba; ya tenía suficiente con la penitencia que había arrastrado durante esa semana; lo único que quería era llegar a su destino. Por suerte, le había tocado el asiento 22-F, junto a la ventanilla. En su momento el número le había llamado la atención. De haber sido uno más, habría emulado la fecha que había marcado la memoria de sus compatriotas; el día en que la monarquía recién instaurada había dado un autogolpe para reafirmarse en el poder.
El hecho de sentarse junto a la ventanilla le agradó. A pesar de ser la primera vez que tomaba un avión, lo prefería así, para poder mirar el cielo, el mar y la ciudad desde lo alto; mas el problema era que entonces era de noche, y todas las formas se confundían en una negritud opaca. A pesar de todo, contempló aquel inmenso abismo durante unos breves minutos, antes de que la monotonía del paisaje le hiciera apartar la vista de la ventana que, por otra parte, no estaba paralela a su cuerpo; de modo que, si quería mirar, estaba forzado a inclinarse hacia atrás o hacia adelante.
En cuanto recuperó la compostura sacó de su mochila un libro de cuentos de Cortázar que había llevado consigo. Era muy fino, de apenas cien páginas, lo cual permitía que pasara los controles de peso y no le ocasionaba molestias para transportarlo. Además, los cuentos eran de unas diez páginas, de modo que podía leer hasta dos en una hora; y si algún día no podía leer no importaba, no perdería el hilo. Increíblemente, su mente había trabajado con la precisión de un reloj suizo.
Sin embargo, tan sólo consiguió leer cinco páginas. El agotamiento acumulado de toda la semana, que había culminado en un día de infarto, se tradujo en un cansancio que se apoderó de todo su cuerpo. Hizo repetidos esfuerzos por concentrarse en la lectura. Aún tenía dos horas y media de vuelo por delante; podía al menos leer un cuento. Pero el agotamiento lo venció. Por otra parte, las luces mortecinas del avión y la oscuridad del cielo contribuían a que el sopor cayera sobre sus párpados. Nada pudo hacer el orinal de café de la tarde.
Autor: Javier García Sánchez,
desde las tinieblas de mi soledad,
24-03-2017.

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