Él había escuchado con atención el relato, temiendo siquiera interrumpirla. La miraba fijamente, con una mirada admirativa que se clavaba en sus oscuras pupilas. Su voz melódica y alegre, tan lejana ya de ese terror que años atrás la invadiera y paralizara su cuerpo con el gélido viento de la muerte, le llegaba ahora como una suave caricia, que lo adormecía cuando hablaba con sus delicadas palabras, siempre acompañadas de una generosa sonrisa, con su voz dulce y sensual. Sorprendido, no había podido evitar una carcajada al oír tan impresionante historia, cómo había encarado tan difícil trance. Pese a que había bailado la macabra danza, pese a haber bordeado la fatal frontera, pese a haber rozado con su piel la fiera guadaña, había conseguido burlar a las terribles parcas.
La observaba apasionadamente, mientras para sí reconstruía la escena que ella había relatado. Pensaba en el pobre muchacho que, cadavérico, aterrado, había viajado a su lado y que con verdadero pavor había sufrido tan cruda experiencia; en ese ser anónimo que había tenido tan cerca; que había escuchado la misma voz que él estaba escuchando en ese preciso instante, pero sin el sosiego que a él le acariciaba el alma. Por unos segundos hubiera querido ser ese pobre infeliz; viajar en ese destartalado autobús y tenerla a su diestra; que, una vez aplacado el peligro, no se separaran, sino que se encontraran sus manos y juntos recuperaran la calma; que aquel encuentro fortuito tuviera un desenlace diferente; que algún día la ternura los hubiera unido, y que sus labios se hubieran sellado en pasionales besos.
Pero sabía que eso no era más que un sueño. La imagen que tan brevemente había contemplado pertenecía al pasado, a la oportunidad perdida, a la intrépida estrella huida. Lo único que le quedaría de aquel espejismo, de aquel deseo fugado, sería esa noche, esos pocos minutos que ella amablemente le obsequiaba en la oscura y solitaria sala, al amparo de esa noche taciturna y opaca, cuando la ciudad dormía perezosa, ya vacías las calles, sin más olor que el aroma de las flores, que serían regadas por el rocío de la madrugada.
Ella intuyó la melancolía que escondían sus ojos; esa manera de mirarla y de devolverle la sonrisa. Ambos entendían sin necesidad de palabras; las voces callaban un secreto que no debía ser pronunciado, aunque ya ambos lo conocieran, aunque ambos supieran esa verdad prohibida. Sin despegar los labios, él le agradecía la complicidad; que le guardara la complicidad sin que entre ellos se alzara un grueso muro, rompiendo la armonía que poco tiempo atrás había nacido.
Aquella noche él se retiró pensativo. Esas confesiones, esas ilusiones que fugazmente hubiera albergado, regresaban a su mente y le aturdían. Sospechaba que después de esa velada ya nada sería igual; que no podría volver a mirarla como hacía unos instantes la había mirado, ni ella le concedería la excusa que antes le había dispensado. Era un punto de no retorno, un adiós que ambos habían igualmente comprendido. Pero no importaba, Se sentía vacío, incapaz de afrontar la sentencia. Sólo quedaba que corrieran los minutos del tiempo; que el olvido secara una vez más las lágrimas, como tantas otras, hasta que regresara de nuevo el quejumbroso llanto.
Autor: Javier García Sánchez,
desde las tinieblas de mi soledad,
19-4-2017.
Segueixes nostàlgic, amic! Crec que em sona la història. No serà una continuació de la de l’autobús, oi?! Almenys, m’ho ha recordat.
Una abraçada i bona nit, Javi!
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jeje. Sí, Lidia, és una continuació d’eixa història. Però no et preocupis; estic bé; sols és ficció. Moltes gràcies per l’interés.
Una altra abraçada per a tu!
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Un relato lleno de añoranza y de desesperanza. Javi, hay que aprovechar los buenos momentos y disfrutarlos, ya que no sabemos lo que van a durar. En este caso el protagonista se deja invadir por la melancolía, cuando tendría que estar disfrutando de esos momentos que ella le ha regalado, con su historia y su sonrisa… Tiempo habrá para la melancolía.
Un abrazo.
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Hola, Estrella:
Disculpa el retraso en contestar; no sé por qué se me pasó tu comentario. Sí, jeje; un escrito melancólico. En cualquier caso, como le dije a Lidia, éste es un escrito que no refleja mi estado anímico, sino que es simple literatura, para completar uno anterior, donde la susodicha Lidia esperaba un final distinto. Mi intuición me dice que no era éste tampoco el que ella esperaba, pero es que no se me dan bien los finales felices, jeje.
Te envío otro abrazo.
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No te apures, Javi, somos tantos que es difícil controlar a todos. Yo, por lo menos, no puedo. Me pierdo mucho de leer y comentar por más que quiera estirar mi tiempo…
Un beso.
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Letras magistrales, Javi. Enhorabuena! Besazos.
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¡Muchas gracias, Ana! ¡Besos!
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