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Más de cien personas se reunieron aquella mañana en el lugar improvisado que muchos años atrás hubiera sido escogido para dar sepultura a los restos de aquel hombre ejemplar; aquel hombre justo que defendió la paz y arriesgó su vida por salvar la de otros muchos, sin escuchar más palabras que las que le dictaba su conciencia, con la utópica idea de que su buen hacer impediría que el odio se ciñera sobre él; con la idea de que la verdad sólo tenía un camino, el camino de la justicia, el que él había elegido, y que debía triunfar.
Mas, por desgracia, apenas terminó aquella cruel guerra que desangró al país durante tres años, fue detenido y sometido a las peores condiciones, al trato más humillante e insultante, acusado de tener las manos manchadas de sangre. Pasó año y medio en el corredor de la muerte, tratando de eludir la fatal sentencia; pero ahí fue traicionado por algunas de las personas a las que había rescatado, y un pelotón de fusilamiento lo asesinó una mañana de septiembre de 1940. Las últimas palabras que pronunció fueron un grito de protesta, un clamor por la República arrebatada.
Tras la muerte del dictador, sus hijos salvaron sus restos de aquella fosa común donde habían sido abandonados con tanto desprecio y les dieron un entierro digno. Pero el paso del tiempo había hecho estragos en la descendencia de aquel hombre. A aquella despedida postrera sólo pudo acudir el hijo menor -ya anciano-, el único que continuaba con vida, que contaba con tan sólo nueve meses cuando unos policías sacaron de casa en ropa interior a su padre una madrugada de 1939, y dos años cuando lo asesinaron junto a miles de personas por el único delito de defender la libertad.
Ahora, más de tres cuartos de siglo después de aquella injusticia, varias decenas de personas procedentes de diversos países se habían reunido en aquel pinar que había adquirido tan gran valor. Eran gentes que en muchos casos no guardaban ninguna relación entre sí; gente anónima, pero que tenía un gran aprecio hacia la familia de aquel gran hombre que fue brutalmente asesinado. Aquellas personas estaban unidas por un sentimiento de justicia y de amor a la vida; por un nuevo grito de protesta que, por más que se tratara de silenciar, siempre resurgiría para clamar por la justicia y la libertad; el grito de aquel gran hombre que murió fiel a sus principios y que exhaló su último suspiro con aquel mensaje de esperanza, con aquel testigo que sus parientes años después habían recogido para rendirle tan sentido homenaje y mantener viva su memoria.
*El título del escrito está en catalán, pues es el idioma que habla el organizador del homenaje, nieto del represaliado. En el mismo, Los claveles de mayo -traducido al castellano-, el organizador leyó un discursó, se recitaron unos poemas y todos los asistentes depositamos un clavel rojo sobre la tumba. Ello, con música de fondo de El cant dels ocellas, de Pau Cassals.
Autor: Javier García Sánchez,
desde las tinieblas de mi soledad,
15-05-2017.
Preciós homenatge, Javi! El cant dels ocells sempre em posa la carn de gallina!! 😊
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Moltíssimes gracies, Lidia! Fou un acte molt emotiu, tot i que hi hagué menys gent de la que volíem. Algú es va equivocar, a més, i se’n anà al cementeri de Paterna, jajaja.
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