Escrito dedicado a mi padre:
A decir verdad, el lugar a donde fueron no era la propia Vielha, sino Betrén, un pueblo vecino, escasamente poblado y completamente unido a la capital, sin separación física; tan sólo un tímido cartel avisaba del término de un municipio y del comienzo del otro. El pueblo eran apenas unas pocas viviendas dispuestas en forma rectangular. Sin embargo, paradójicamente, era en la propia frontera con Vielha en donde se situaba el instituto del Valle, que pertenecía a Betrén, de apenas 300 habitantes. Y era un instituto precioso, por cierto, y muy grande, en simetría con toda aquella majestuosidad. Y la capital, no obstante, carecía de él.
En ambos las viviendas obedecían al mismo patrón de las casas pirenaicas; pequeñas construcciones de gruesas paredes de roca, para proteger del frío, y tejados de dos aguas, de un material que acaso fuera pizarra, o al menos el color azulado así lo hacía pensar. Claro, que también podía ser una convención estética, e incluso psicológica, para armonizar con la atmósfera pura y fría que ahí reinaba; con la abundante agua que teñía las montañas de verde; con el cielo opaco y lóbrego de los días de tormenta, cuando se amenizaba con sonoros truenos que intimidaban a los transeúntes y les anunciaban la inminente descarga. En armonía con semejante paraíso, las calles eran a menudo empedradas, conservando aquel toque medievalesco y primitivo, con escaso tráfico. Durante dos semanas, aquel paraje hermoso los revitalizaría.
Se hospedaron en otro hotel de tres estrellas, Çó de Pierra. Según se informaron más tarde, el primer término significaba «casa», aproximadamente. Era muy acogedor, como era de esperar, con suelo de parqué y exquisitamente amueblado; pero presentaba el ligero inconveniente de carecer de ascensor. Esto llegaba un punto en que se convertía en una pequeña molestia, pues, aunque sólo había que subir dos pisos, había que hacer un giro un tanto incómodo, que se repetiría en las constantes entradas y salidas, por tener que pasear a la perrita. Disponía de buhardilla con dos camas individuales, si bien esta parte de la estancia la dejarían sin usar; tan sólo accedieron a ella en unas pocas ocasiones, debido a la prolongada pendiente que daba a ella. Una de esas raras ocasiones fue al día siguiente de la llegada, el 21, para tomar fotos a través de la ventana de la breve lluvia que se había desatado afuera. Algo que contribuía a darle un aspecto más bucólico a la estancia era el canto de unos gallos que había en una casa vecina. Era un sonido muy relajante que, sin embargo, hallaba eco en algo mucho más desagradable, como era el ruido de las campanadas de la iglesia, situada a escasos metros, que sonaban cada cuarto de hora. Con todo, la experiencia valdría la pena.
Autor: Javier García Sánchez,
desde las tinieblas de mi soledad,
25-07-2017.
Un paraíso como dice el título, un lugar rústico, lleno de la magia propia solo de la naturaleza misma. Me encantó pasear a tu lado. Besos a tu alma.
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Muchísimas gracias, María. Besos.
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Jo també m’he «perdut»entre paisatges molt similars, però més al nord, al Tirol. Les cases son molt boniques i tan diferents… i els paisatges tan verds!!! 😊 Una abraçada!
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jeje. Sí; he llegit que has estat a Àustria, la terra del meu estimat Stefan Zweig. Una abraçada ben forta!
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