UNA NUEVA ETAPA (XXV)

Así pasé aquel verano; una época que al principio imaginaba de descanso y de recompensa, previa al mundo universitario. Tenía pensado correr por la playa con mis amigas, nadar, organizar fiestas… Pero todo eso había terminado para mí con aquel fatídico baile. Lo que había visto en casa de Luis, la conversación que habíamos tenido, me había despertado los recuerdos de la infancia, mis temores, y los había incluso avivado. Si al principio, como a la mayoría de la gente, la conciencia de tener que morir me causaba pavor, ahora la idea de prolongar mi existencia por un tiempo indefinido, con la incertidumbre que ello conllevaba, me aterraba. Era mucho más tranquilizador pensar que todo acabara y que no hubiera un mañana; poder sumergirme bajo tierra sin aguardar a que un psicópata me lanzara un rayo y me fulminara.

Miraba a esas personas que a diario gozaban de sus vidas y envidiaba sus existencias ignorantes y tranquilas. Llegado para ellas el momento, ya lo afrontarían como mejor creyeran; mas por el momento eran felices. Yo, en cambio, vivía atrapada por mi experiencia.

Fue aquello lo que me hizo odiar a Luis por revelarme una información que habría deseado desconocer. Y todo, ¿por qué?, ¿Por una cuestión de orgullo? ¿Por estar enfrentado a su hermano y querer recuperar el afecto de tantas almas que le aborrecían? Lo que había hecho conmigo debía de haberlo hecho con muchísimas otras. Pero, ¿en realidad era lo más adecuado? Iluminaba nuestro entendimiento acerca de la vida post mortem -Curioso concepto. Me encantaba el oxímoron- y nos alertaba acerca de aquel farsante que jugaba con nosotros; pero, ¿de verdad lo hacía por nosotros?, ¿O lo hacía por él mismo? Si de verdad me amaba y me veía tan especial -Algo que tampoco acababa de creerme; yo no tenía nada de diferente con otras chicas-, era justo que me hiciera eso? Cuando una persona de verdad te importa, tratas de que siempre esté bien; y, si tienes que elegir entre tu felicidad y la de ella, te sacrificas y eliges la suya.

Ahora el comportamiento de Luis se me presentaba de lo más egoísta; y mi vida, mi vida corpórea, al menos, muerta. Si esta vida podía medirse en un reloj como una hora, mi reloj se había roto cuando la manecilla grande apenas marcaba el primer cuarto. Pero no; no estaba roto. Mi reloj biológico seguía avanzando; yo respiraba, mi corazón latía; y ello en conformidad con el mundo que me rodeaba. Todo estaba en su sitio, con la pequeña diferencia de que yo estaba psicológicamente muerta, y mis seres queridos pagaban, como yo, las imprudencias de mi amigo -Si era que aún podía llamarle así-, el cual, para colmo, seguía sin llamarme.

Sara, en su preocupación, me preguntó una tarde, con la discreción que siempre le caracterizaba, si aquella noche había pasado algo más que no le había querido contar. El hecho de no haber vuelto a ver a Luis era algo que, sin duda, contribuía a aumentar sus sospechas.

Me conmovió el tacto con que abordaba el asunto; pero no podía decir nada. Me limité a sonreírle y a negar con voz baja antes de entrar en mi cuarto. Estaba condenada a vivir con aquel secreto, a menos que conociera a alguien que también lo hubiera vivido.

Autor: Javier García Sánchez,

desde las tinieblas de mi soledad,

04-12-2017.

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