UNA NUEVA ETAPA (XXXIX)

En cuanto concluyó la comida, recogí mis cosas y regresé a mi cuarto, todavía agitada por la reciente discusión. Atranqué la puerta y me senté pensativa sobre la cama, mirando a través de la ventana cómo desaparecía la pálida luz que aún restaba del día y se imponía una larga tarde. Los inviernos eran así, fríos y lúgubres; y quizá por ello siempre me habían cautivado más que el verano, porque los identificaba más con mi alma realista y reflexiva, alejada de la efusividad que suele contagiar la estación estival; una efusividad que, debido al agudo contraste con mi personalidad meditabunda, que me había hecho codearme con el mundo gótico y todo lo que tuviera un cierto olor a muerte, me repelía y me hacía sentirme fuera de mi ambiente, en un mundo paralelo del cual no formaba parte.

Mas, aún con la puerta cerrada, me llegaban frases cortadas de la conversación que mis padres mantenían con tío Jaime. No hacía falta tener el hilo completo para saber que hablaban de mí. Para huir de aquel molesto rumor, me acosté y empecé a escuchar música con los auriculares puestos, fijos los ojos en un techo que se iba oscureciendo. Esa concentración en un punto que se iba confundiendo por momentos, con la música de fondo y bajo el calor de las mantas, pronto me amodorró y me hizo entornar los párpados, vencida también por la tensión de minutos antes, que finalmente cedía. Recuerdo que empecé a soñar cuando me encontraba en esa fase intermedia, entre inconsciente y despierta; mas, tan débil era la imagen, que ha desaparecido de mi memoria. Y es que ocurrió, además, que cuando así me hallaba abandonada, golpes y voces en la puerta me sacaron de mi sosiego. Abrí los ojos y me quité los auriculares para enterarme bien de lo que pasaba.

-Laura, soy Sara. Abre, por favor.

Mi hermana siempre igual. Se preocupaba por mí, pero de una manera diferente. Por tener una edad más pareja y habernos criado juntas, sentía que me comprendía mejor. Me incorporé y descorrí el cerrojo.

-¿Estás a oscuras? ¿Te habías acostado?

-Estaba casi dormida, pero no importa.

-Laura, ¿estás bien? Es que vemos algo en ti que nos asusta. Yo misma llevaba días queriendo preguntarte, pero no sabía cómo hacerlo sin que te lo tomaras a mal.

Sonreí para tranquilizarla y le acaricié el pelo con ternura.

-Tranquila, Sara. Siempre me has escuchado y me has apoyado en todo, y te lo agradezco mucho; de verdad. Pero ahora prefiero no hablar de nada.

-¿Es por ese chico, Luis, verdad? Algo ocurrió aquella noche.

-Sara, por favor.

-Estuvo aquí una semana después de que te fueras.

-¿Estuvo aquí? ¿Y qué quería? -La noticia me sorprendió. Creo que me quedé pálida. Lo peor que podía pasarme si pretendía disimular; pero es que una noticia tan inesperada no podía afrontarla de otra manera.-

-Saber dónde estabas.

-¿Y qué le dijiste?

Lo envié a la mierda. Después de tu comportamiento durante el verano, intuí que algo raro había ocurrido, y le grité con rabia; le dije que te dejara en paz.

-¿Eso hiciste? ¿Y cómo reaccionó?

-No me contestó una palabra. Se puso blanco como la cera y se marchó.

Si la visita de Luis me había sorprendido, la reacción protectora de mi hermana me llegó al alma. La abracé y le di un beso.

-Sara, no te preocupes. Luis es un buen tipo; en ningún momento se intentó propasar.

-Entonces, ¿qué pasó?

-Sara, tía, por favor, no insistas.

Autor: Javier García Sánchez,

desde las tinieblas de mi soledad,

20-12-2017.

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