UNA NUEVA ETAPA (XLV)

Regresé al cabo de cinco minutos con un café con leche espumoso bien caliente y tomé asiento enfrente de Gabriel para reanudar la conversación.

-¿Y qué tal? ¿Te encuentras a gusto con la carrera?

-Sí. Hay asignaturas que me apasionan, pero otras que son verdaderamente insufribles. Pero supongo que siempre hay una diferencia entre nuestras aspiraciones y lo que después nos encontramos en la vida. Por otra parte, la carrera te somete a presión; has de examinarte sobre cuestiones teóricas; memorizar páginas y datos vomitivos. La carrera en sí puede hacer aborrecible algo que en su aspecto práctico es hermoso.

Sí; tienes razón. Yo también he observado eso, pero la carrera me gusta; y tengo familia en el mundo del derecho -Mentí, pero no podía decir las auténticas razones que me habían llevado a decidirme por aquella licenciatura-; de modo que la afición me viene de familia, de alguna manera. ¿Y tú?, ¿Por qué decidiste meterte en este mundo de locos?

-¿Que qué hace un tipo como yo en una carrera como ésta?

-Perdona. No quería que sonara así.

-Tranquila; no importa. Es normal. En casa también se quedaron sorprendidos cuando se enteraron. En principio iba a estudiar Historia, una carrera vocacional, digamos. Cuando iba al colegio, me gustaba sacar atlas de la biblioteca; mirar mapas y ver la vastedad de los imperios; las distintas teorías sobre el origen del universo; las diferentes clases de homínidos y la evolución hasta el ser humano; imaginarme ese mundo de los dinosaurios cada vez que veía una fotografía de un fósil. Por una parte, era la emoción de un mundo perdido y de una información cuya autenticidad no podría ser nunca falsada; por otra, el cosquilleo, mezclado con algo a lo que no sabría si llamar melancolía, por algo inasible. Y es que aquello que queda fuera de nuestro alcance, precisamente porque se nos resiste y se nos escapa, más nos seduce, como dice Bécquer en una rima.

En verdad era un personaje interesante. Las cosas que decía, la pasión con la que hablaba, su modo de razonar, me sorprendían. Quizá fuera un tipo taciturno por razones que aún desconocía, pero, cuando se le ofrecía la oportunidad de hablar, atrapaba con sus palabras a la otra persona. Y le gustaba la poesía; Bécquer, nada menos; el maestro del romanticismo.

-¡Vaya! ¡Veo que te encanta la historia! ¡Y la poesía!

Tal vez alcé demasiado la voz, pero es que estaba gratamente sorprendida. Creo que por ello se ruborizó. Me miraba discretamente; a menudo fijaba la vista en las hojas y jugaba con el bolígrafo. Se le notaba nervioso; y eso, de alguna manera, me conmovía. Si yo había perdido la virginidad a los dieciséis, era obvio que él aún no se había estrenado.

-Sí. En e instituto me hicieron leer a Bécquer; y me encantó. Sus rimas me entusiasmaron de tal modo, que me compré las leyendas para completar al autor. Las rimas son preciosas. Las leyendas, en cambio, pueden ser duras y tristes. Pero tanto unas como otras son hermosas. Es una lástima que falleciera tan joven, pero vivió en una época muy convulsa, y llegó a estar en la cárcel. Me encanta como poeta, pero creo que no habría querido pasar la vida que pasó.

Muy tímido, apenas se relacionaba… Era obvio que ello le había proporcionado tiempo para leer. Para mis adentros me decía que yo tampoco habría querido cambiar mi adolescencia por la suya; pero que, sin embargo, él tenía un mundo muy interesante que quería descubrir.

Autor: Javier García Sánchez,

desde las tinieblas de mi soledad,

31-12-2017.

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