UNA NUEVA ETAPA (XCVI)

Así pues, durante aquel mes volví a tener para mí sola la cama; una cama que no por ser individual se me dejaba de hacer grande. Prefería pasar las noches apretada, sentir la proximidad de otro cuerpo, el calor de otra persona; despertar con los buenos días acompañados de cálidos besos. Pero de momento eso tenía que esperar. Y yo, con todo el espacio para mí, me balanceaba en medio del sueño; iba desde la pared hasta el otro extremo de la cama, dando vueltas sin parar durante ocho horas, hasta que me levantaba con pereza, dejando las sábanas hechas un ovillo. Las miraba unos segundos, como deseando que entre ellas apareciera Gabi como por arte de magia, como cuando se quedaba a dormir; pero ello no dejaba de ser una fantasía. Una fantasía alimentada por mi nostalgia; esa nostalgia que trataba de hallar en cada rincón su sonrisa, su mirada, su voz… hasta su olor.

Una mañana fue un olor lo que me despertó, pero no precisamente de Gabi; en absoluto. Aquel olor que me arrancó del sueño no me era para nada desconocido. Lo conocía muy bien; demasiado. Había convivido con él cerca de ocho meses, al principio con dificultad, pero había llegado a tolerarlo. Aquella mañana, sin embargo, era más intenso; era imposible que no me despertara. Por un momento pensé que a Jean Claude le había dado por quemar su jardín; pero descarté la idea. Aquel chalado quería más a sus plantas que a las mujeres; no cometería semejante sacrilegio.

Todo adquirió mayor claridad cuando, ya recobrada la conciencia, pude distinguir dos voces que provenían de la habitación contigua. Una, por supuesto, era la de mi compañero yonki; la otra, también conocida, era la de Luis. El diálogo indescifrable en que se hallaban enfrascados sólo se interrumpía por las sonoras carcajadas en que ambos estallaban; unas carcajadas más propias de alucinados, producidas sin duda como efecto de la droga. Con estrépito semejante era imposible descansar, y menos si a sus gritos se unía ese olor que invadía mi dormitorio.

Pero lo que verdaderamente me indignaba era pensar que Luis estaba a la otra parte del tabique. Verlo con Jean Claude la noche del cine ya me había roto los esquemas. ¿Cuánto tiempo había pasado desde entonces? ¿Dos semanas? Y ahora lo tenía ahí al lado. Era obvio que nada de todo aquello era casual; que conocía al gabacho por algún motivo que claramente estaba relacionado conmigo; y que con su presencia en la otra habitación procuraba incomodarme. ¡Y qué bien lo hacía el cabrón!

Despierta después de un descanso incompleto, terminaba de despejarme mientras la cólera crecía en mí. La rabia por escuchar aquella voz hervía en mí como una olla a punto de estallar. Quería desayunar y darme una ducha antes de ir a la biblioteca a estudiar con Gabi; pero lo haría sin el descanso deseado, y con un enojo al que debía dar salida para que no se me notara. Si Luis me buscaba; si quería poner a prueba mi paciencia, debía felicitarle, porque la había colmado. No me importaba ya montar un escándalo; decirle cuatro verdades delante de su amigo y que las chicas nos oyeran; o incluso que los vecinos se enteraran.

Salí de mi cuarto con el ceño fruncido, dispuesta a acabar de una vez por todas con aquello; tomé aire y llamé con insistencia a la puerta de Jean Claude.

Autor: Javier García Sánchez,

desde las tinieblas de mi soledad,

28-02-2018.

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