-¡Cuánto tiempo, primo!
-Hola, Marta. ¿Cómo te encuentras?
-Ya te lo podrás imaginar. Son muchos días así. Cuando todo esto pase, volveremos a estar como antes; pero ahora todos estamos muy nerviosos.
La tal Marta tenía una fisionomía un tanto peculiar; era más bajita que Gabi, de caderas anchas, con el cabello liso, hasta la altura del pecho; un cabello tan oscuro como su piel, que parecía destilar ciertos rasgos arábigos. A pesar de lo poco que solía tratar con su familia, me dio la impresión de que Gabi tenía más amistad con ella. El chico, tan corpulento como los padres, también parecía una persona afable, aunque en aquella ocasión no pudiera dar muestras de efusividad, debido a aquel duro trance.
Accedimos a hacer una visita al pobre moribundo. Los médicos dicen que eso es bueno, aún cuando los pacientes estén en coma; hablarles puede ayudar a estimular el cerebro; el propio Gabi me había contado que su padre había practicado aquella técnica con él; y que, una vez despertó, los médicos se quedaron tan maravillados, que empezaron a sugerir a los familiares que hablaran a los pacientes. Claro, que la situación era distinta; lo de Gabi era neurológico; esto, físico, más bien. El coma del primo era un coma inducido, debido a los dolores que tenía. En cualquier caso, nada se perdía.
Creo que me perturbó un poco la imagen del primo en la cama, intubado e inconsciente, indefenso, casi como si fuera cadáver. Mi chico, en cambio, lo miraba con una expresión de melancolía, pero sereno. Se notaba que aquello le era familiar; que, aunque hubiera estado despierto, recordaba haber pasado momentos similares. Yo no dije nada, y a él nada se le ocurrió; estábamos los dos como si guardáramos respetuoso silencio en un velatorio.
Nos despedimos con la promesa de regresar al día siguiente. De todas maneras, en aquel ambiente, se olía la desesperanza; ya pocos creían que se salvara. Nuestra presencia sería, más bien, para dar apoyo a la familia.
-Parecen buena gente.
-Lo son. A decir verdad, creo que entre todos los primos hay una buena relación; sólo hay algunos que son más egoístas, pero son los menos.
-Pensé que apenas tenías relación con ellos.
-Así es; pero, para suplir la falta de contacto, mi padre me cuenta anécdotas familiares. Además, de niño sí que los veía más; tenía especial trato con mi prima. Recuerdo que de niño era muy alegre, a pesar de la operación. Nos reunimos todos para celebrar la comunión de un primo cinco años mayor que yo, y, como no dejaba de reír, todos iban detrás de mí. Mi primo y sus padres acabaron un poco molestos por aquello.
-¡Menuda estupidez! Que el primo se sintiera molesto lo entiendo, porque era un niño; pero los padres eran adultos.
-Hazte a la idea de que ellos también eran niños. No son mala gente, pero creo que son los tíos que menos cabeza tienen.
Llegamos a casa a las 22. Las chicas estaban acabando de preparar la cena. Nosotros, cansados y sin ánimo de complicarnos la vida, nos arreglamos con algo de fiambre. También podríamos haber cenado fuera, pero no nos apetecía; sólo queríamos tomar algo y echarnos en el sofá. Aquélla sería la rutina que nos esperaría durante unos días.
Autor: Javier García Sánchez,
desde las tinieblas de mi soledad,
31-08-2018.
Bueno, les tardes a l’hospital no són gaire agradables
Esperem que la cosa canviï i el seu cosí es salvi (o no)
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No; no són pas gaire agradables. Jo he passat moltes tardes a l’hospital, i ja n’estic fart.
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