UNA NUEVA ETAPA (CCLIII)

CUADERNO DE GABRIEL

LA GRAN BATALLA (XII)
Aquella madrugada transcurrió sin incidentes; fue la primera noche que el enemigo no se atrevió a lanzar nuevos ataques, alertados por la nave que había sido derribada.
El día siguiente se empleó en los preparativos de la expedición. Ésta partió a la medianoche; veinte personas integraban cada nave, en una de las cuales iban la intrépida joven con el anciano y el equipo de diez hombres, además de un grupo de ocho amazonas. En total, seiscientos guerreros.
Viajaban despacio, para que los radares no les delataran. Desde el cielo divisaban tres altas torres, donde se encontraban el gobierno y el centro de artillería, los objetivos más preciados, aunque también los más peligrosos. A su favor tenían el factor sorpresa, que podría ayudarles a saldar la operación con un gran resultado.
Se habían posicionado sobre las torres cuando se ordenó abrir fuego; todas las naves descargaron sus bombas. Algunas cayeron sobre las azoteas; otras, directamente fueron a estrellarse contra el suelo. Sólo éstas estallaron; las que dieron en las torres fueron anuladas por los dispositivos de seguridad.
En cualquier caso, la maniobra tuvo un efecto inmediato. Al instante saltaron las alarmas; minutos más tarde, un batallón de cazas se les echó encima. El manto opaco de la noche quedó rasgado por la silueta de casi cien aviones enfrascados en aquella persecución; las sirenas habían despertado a los vecinos y habían sembrado el pánico entre una población que no había conocido el peligro desde hacía años.
La empresa se había complicado con aquel sistema de seguridad. Las naves, inferiores en número, tenían que hacer maniobras para evitar el enfrentamiento y emprender la huida; pero los cazas rivales no se lo permitían. Una vez ahí, querían capturarlas y pasar a sus tripulantes por las armas. La única salida era aceptar el combate.
Sin abandonar el escenario de las torres, la joven manejaba con maestría; ametrallaba a los cazas y esquivaba a sus perseguidores, mientras parte de los suyos caían por el fuego enemigo. Cuando tal acontecía, atacaba a la nave agresora, para dar tiempo a sus camaradas de realizar un aterrizaje forzoso. Sin embargo, aquella bravura fue contestada finalmente; un caza alcanzó su nave,y ésta se desplomó sobre la azotea de una de las torres, escoltada por otras diez.
Al momento todos salieron y se dispersaron; debían afrontar el cuerpo a cuerpo. Estaban en una ratonera, en un nido de serpientes. Entonces comprendió las virtudes de la automática.
Abrirse paso, no obstante, era harto dificultoso. Hicieron uso de las granadas para despejar el camino, pero aquello era un avispero; aparecían hombres que reemplazaban a los caídos, y las balas zumbaban por el aire. En medio del fuego cruzado, una alcanzó a la joven en el hombro; quedó tendida, agazapada en un rincón, incapaz de hacer servir su arma. Con la otra mano se cubría la herida, pero perdía mucha sangre. El anciano la vio; se tiró al suelo y llegó arrastrándose hasta donde ella estaba.

-¿Qué haces? ¡Te van a matar! ¡Vete!

-No seas idiota; déjame ver esa herida.

Autor: Javier García Sánchez,

desde las tinieblas de mi soledad,

24-10-2018.

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