UNA NUEVA ETAPA (CCLIV)

CUADERNO DE GABRIEL

LA GRAN BATALLA (XIII)

La joven desfallecía. El anciano le apartó la mano y le desgarró la manga. A la altura del hombro observó una estrella de seis puntas de color celeste que emitía un tenue brillo que parecía apagarse a medida que se escapaba la sangre; la bala la había penetrado por el centro. El anciano se asombró cuando vio aquel signo; lo reconoció al instante; sabía lo que significaba. Pero no podía pensar en ello en ese momento; la vida de la joven se eclipsaba; y, con ella, la de los integrantes de la expedición.

 

Aplicó la zurda sobre la estrella y su mano empezó a irradiar calor; un calor que le causó dolor a la joven, pero que le hizo volver en sí. Cuando el anciano retiró la mano, la estrella estaba recompuesta, sin herida alguna; y sus puntas brillaban con un resplandor que deslumbró a quienes se encontraban cerca.

 

La joven abrió los ojos, recobrando la conciencia, y se reincorporó a la lucha con el anciano. Primero las granadas y luego las balas les ayudaron a salvar la distancia y a alcanzar el vestíbulo de la torre. La altura les había brindado una ventaja, aunque a costa de perder dos hombres. Parapetada tras una columna, vació el carcaj y diezmó al enemigo antes de exponer su cuerpo para blandir con furia la espada. La estrella que minutos antes había estado malherida, a punto de fenecer la protegía de sus rivales; el afilado hierro cercenaba tendones, segaba vidas, amparada desde el cielo por dos de sus naves, que le cubrían la retirada.

 

El anciano también había agotado su munición. Durante un buen rato todos le dieron por muerto, pues no se le veía por ninguna parte, y la atención de todos se centraba en la intrépida e indómita joven, que se batía con brabura y derrumbaba a cuantos se le acercaban. Mas reapareció con la mirada concentrada, con los brazos extendidos al frente, entrelazados los dedos de una y otra mano, con las palmas hacia el enemigo. Se situó delante de la joven, que con otros permanecía a su espalda; y de sus manos surgió una enorme bola de fuego que dispersó a los atacantes, no sin antes dejar a varios de ellos tendidos en el camino. Aquello permitió que se les acercara una nave y les recatara. Había llegado el momento de emprender la retirada. Tres hombres y una amazona de su equipo habían perecido en la empresa.

 

-¡¿Se puede saber qué es lo que has hecho!? ¡Hemos perdido veinte naves! ¡Han caído cuatrocientos hombres!

 

-No sabía que tenían un sistema defensivo tan sofisticado; todo habría sido mucho más sencillo si las bombas que arrojamos sobre las torres hubieran estallado. Tú tampoco lo esperabas.

 

-¡Pero ahora tenemos cuatrocientas bajas!

 

-¿Y cuántas tendríamos de no haber atacado? ¿O acaso crees que nos hubieran dado un respiro como hicieron anoche? Nos hemos anticipado; les hemos dado el primer golpe; y el siguiente será más fuerte. Sus instalaciones han quedado muy tocadas; y su ejército mermado.

 

-Si no llego a ir, no sales de ahí con vida.

 

-Sabía que nos serías de gran ayuda. ¿Cómo lo hiciste? Pensé que me desangraba; pero no me ha quedado ni una cicatriz.

 

-Eso ahora no importa. Nos haces falta con vida.

 

Autor: Javier García Sánchez,

desde las tinieblas de mi soledad,

25-10-2018.

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