UNA NUEVA ETAPA (CCLXXXV)

Al día siguiente, hacia las cinco de la tarde, volví a cruzar la falsa puerta que nos separaba de la otra parte de la casa; necesitaba hablar de nuevo con Szvetlana. Sabía que tenía pocas posibilidades, y más después de cómo se había cerrado nuestra primera reunión; tal vez ni me permitiera hablar. Pero tenía que intentarlo. Tenía que presionarla; hacerle comprender que sólo cooperando conseguiríamos que aquel movimiento muriera por sí solo, con la buena marcha de la guerra, y regresar a nuestros respectivos países. Meyer y el adefesio quedarían anuladas.

Llamé a la puerta del dormitorio donde se alojaba la suiza y aguardé unos segundos, mas no obtuve respuesta. Un tanto extrañada, hice girar el pomo. Tuve suerte; la puerta estaba abierta. Pero ahí no había nadie. En cambio, la mochila de la suiza sí que estaba ahí, tirada en el suelo, frente a la cama donde la había encontrado la primera vez, contra una esquina. Aquella visión, unida al ardiente nervio que me recorría por la situación a que me enfrentaba y por hallarme ahí sola, como una intrusa, excitó mi curiosidad. Me acerqué a la mochila.

A partir de aquí, un tupido manto de niebla cubre mis recuerdos. Y es que quedé inconsciente por un largo lapso de tiempo; aunque no podría decir cuánto. Cuando desperté, me encontraba donde minutos antes -acaso horas- había estado la mochila, que ya había desaparecido de ahí. Estaba sentada con las piernas flexionadas a la altura del pecho, rodeadas por los brazos; tenía atados los tobillos y las muñecas; completamente inmovilizada.

Si tres años antes, la noche de la muerte de Iván, había creído llegada mi hora, en aquel instante me embargó la misma sensación. Era la segunda vez que me veía cara a cara con la parca; y, como la primera, me veía perdida. Había osado desafiar a un gran poder; y ahora éste tomaría represalias.

Pero entonces se abrió la puerta de la habitación; y, para mi asombro, se presentó ante mí la figura de Luis. Tuve que ahogar un grito cuando lo vi llevarse a los labios el índice para mandarme silencio; ello acompañado de una mirada seria e imperativa como nunca le había visto. Avanzó despacio y se sentó junto a mí.

-Calma. Recuerda que nadie excepto tú puede verme. Si quieres decirme algo, que sea como un susurro.

-¿Qué haces aquí?

-Cariño, soy tu ángel caído; no voy a permitir que te ocurra nada. Las distancias para mí son minúsculas.

-¿Qué me va a pasar?

-Ya te he dicho que tienes que estar tranquila.

<<Szvetlana te ha tendido una trampa, pero no te va a suceder nada.

-¿Y qué puedes decirme de los míos?

-Tranquila; he dejado gente encargada de vigilarlos.

-Luis, por favor. Eso no es suficiente; quiero que te hagas cargo tú -dije, mientras las lágrimas empezaban a empañarme los ojos-.

-No me pidas eso. No quiero que te pase nada; quiero vigilarte.

-Pero yo no quiero que mueran las personas que me importan.

-El mundo no es como queremos; ya deberías saberlo.

<<Por favor, tranquilízate. He dejado a gente de confianza. Déjame cuidar de ti.

Dicho esto, su imagen comenzó a difuminarse hasta desaparecer de mi vista. Y en aquel instante, cuando volvía a quedarme sola, la puerta se abrió de nuevo. Era Szvetlana.

Autor: Javier García Sánchez,

desde las tinieblas de mi soledad,

18-12-2018.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s