Relato basado en el reto de abril de Lídia Castro:
Las oscuras calles se hallaban desiertas en aquella pálida noche, alumbradas por la luz cenicienta de los vetustos faroles de gas que reposaban junto a las paredes de los edificios; una luz amarillenta, enfermiza, mortecina. Como el raudo viento que soplaba con un silbido a un tiempo amenazador y burlón, que se incrustaba furtivamente entre las finas telas de la joven, que, desoyendo aquellas horas intempestivas, atravesaba el pueblo sin plegarse a las veladas palabras de las tinieblas. Un pañuelo atado al cuello le protegía la larga melena azabache, que escapaba de los azotes del aire enfurecido y le permitía más agilidad de movimientos. Se abrazaba a cada paso para avanzar y darse calor, a pesar de lo cual sentía congeladas las mejillas.
Ascendió con premura las escalinatas que daban a la puerta de la iglesia; entró en ella y se dirigió al banco que había ocupado por la mañana. Ahí seguía; nadie se había percatado de su presencia; o, simplemente, lo habían ignorado, como un libro de tantos que alguien debía de haber olvidado. Ésa era su gran esperanza, la soberana estulticia que reinaba en aquel tiempo, que llegaba a despreciar los libros, las letras, como una simple pérdida de tiempo. Mas ella sabía que no era así; que entre esas líneas se encontraban hermosas historias, románticos poemas; que cada volumen le abriría la mente y le haría gozar con sus leyendas.
Le encantaba oler los libros, acariciar sus páginas con una ternura casi maternal. Acaso por ello en el pueblo corría la voz de que se había vuelto loca. Ella lo sabía, mas no le importaba; como tampoco le importaba no encontrar marido, si no había hombre que valorarla no supiera; si no había nadie que sintiera aquel amor por las letras. Sus padres, asustados y apenados, sentían cada vez más el paso de los años. Su hija necesitaba un esposo, puesto que había rechazado la vía eclesiástica. Sólo había aceptado asistir a misa los domingos por deferencia hacia su madre, para que su rebeldía no le ocasionara un disgusto mayor del que ya tenía.
Aquella noche, cuando llegó al banco que había ocupado por la mañana, cogió el volumen y se acercó con él a uno de los cirios que iluminaban la estancia; puso las palmas de las manos cerca de las llamas y se caldeó. Tras ello, cogió con cuidado una vela y se acomodó en uno de los asientos de en medio, donde más protegida se sentía, y abrió el libro por la página señalada. Sus mejillas blanquecinas quedaban incendiadas por el cirio; sus pupilas, concentradas en cada frase, en cada línea, mostraban una mirada atenta y perspicaz, una mujer astuta; denotaban una gran inteligencia
No le importaba qué ocurriera en su vida; cómo se las arreglaría cuando sus padres ya no estuvieran. Ése era su mundo; ningún hombre le pondría ataduras; ninguna religión la convertiría en una mera costilla. Ella no era esclava. Viviría para sus libros, aunque amaneciera en la iglesia. Si no fuera posible tal existencia, nada le importaba. Preferiría la muerte, antes que quedar sepultada por la esclavitud y la ignorancia.
Autor: Javier García Sánchez,
desde las tinieblas de mi soledad.
11-04-2019.
Reto de cien palabras de abril de Lídia Castro:
La gélida noche se había esparcido por unas calles desiertas, pobremente alumbradas por la somnolienta luz que manaba de unos desvencijados faroles que pendían de carcomidas y viejas paredes de las casas de aquel solitario y olvidado pueblo. Una joven únicamente, protegida su luenga melena con un fino pañuelo, caminaba con paso firme y ágil. Se refugió de los fríos vientos en la iglesia; se acercó a un banco y halló lo que esperaba: ahí estaba, tal donde lo había dejado, el libro que tanto disfrutaba, ajena por unas horas al mundo que tanto aborrecía, sumergida en el placer de las letras.
Autor: Javier García Sánchez,
desde las tinieblas de mi soledad.
12-04-2019.
Solo el título ya me representa jajaja Me gusta mucho la historia que nos muestras: tanto el micro con el que participas, como el relato más largo y detallado que has escrito. Esta chica entregada a la literatura, sin más obsesión que sumergirse en sus libros, y que, además, no quiere cadenas… ¿Quién no querría algo igual?
Muchas gracias por tu participación en el reto, Javi. Un abrazo grande 🙂
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Jeje. Muchas gracias, Lídia. Me alegra que te haya gustado. Pensé en darle un enfoque más fantástico, pero de repente se me cruzó otra idea. Un abrazo.
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Cuantos de nosotros, por los más diversos motivos, nos refugiamos entre las páginas de un libro… y qué bien se está allí!!!
Ambos textos, sea el relato que el micro, son estupendos. Un beso.
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Muchas gracias, Alma! Desde luego, los libros nos abren puertas a mundos maravillosos. Un beso.
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