EL REENCUENTRO (XVII)

Poco más resta por decir de lo que aconteció en aquella memorable jornada tremendamente larga y agotadora.

Cuando llegué a casa eran casi las 12. Por suerte, a esas horas no había nadie; tenía todo el piso para mí solo. Descargué la maleta, bajé las persianas del comedor y de mi dormitorio y me acosté. Dormí hasta las 16. Cuando me levanté, tras cuatro intensas horas de sueño y aún sin comer, me sentía mucho mejor. Aún no estaba del todo recuperado; todavía precisaba de una larga noche abrazando mi tan adorable lecho; y el día que me esperaba también sería del todo anómalo. Pero ésa es otra historia.

¿Cuál sería el epílogo de este último viaje a Tenerife? Como de costumbre, regresé con pena por abandonar esa tierra tan querida. El mayor consuelo fue que, desde el primer día, notaba que las uñas de las manos las tenía demasiado largas, hasta el punto que me molestaban; sentía que me arañaba. Pensé en comprarme unas tijeritas, mas resistí a tal impulso, para ahorrarme el dinero. Y tampoco quería mordérmelas; sé que no es bueno para los dientes.

Al margen de este comentario anecdótico y gracioso, fue un viaje muy distinto al de dos años antes, como ya mencioné en las primeras entradas de esta crónica. Tuve mucha más independencia y libertad de movimiento; pude gozar de la ciudad y de su gente y sentirme tinerfeño durante una semana. Al principio es cierto que se me hizo un poco raro estar ahí, en la misma ciudad donde había estado dos años antes en compañía de mis amigos; pero pronto pude aprovechar la expedición para disfrutar de su belleza, siempre restringido por la limitación económica.

Quisiera volver, aunque aún no sé cuándo será. De hecho, algunas noches después de mi regreso soñé que volvía a viajar, de nuevo con la misma compañía; y, de nuevo, tenía otro problema. Creo que no lo mencioné al inicio, pero tuve un conflicto; y es la segunda vez que me ocurre. El asunto fue que al principio tenía previsto estar dos semanas en la isla; por eso compré el billete de vuelta para el 28. Pero, cuando me enteré de que, si así lo hacía, tendría que pagar 666.000 pesetas, decidí cambiar el vuelo. Pero en Ryanair son muy ladrones; el cambio de vuelo implica una penalización, a la cual hay que sumar el nuevo boleto. Comprobé que me salía más económico contratar otro vuelo. Seguiría perdiendo dinero, como era tristemente típico en mí, pero menos de lo que pretendían robarme. ¡Y la muy ladina de la teleoperadora me decía que perdería el billete que ya había comprado! ¡Se creía que era todavía más idiota de lo que soy!

Aquella desagradable experiencia, la segunda que tengo con la compañía irlandesa, propició aquella pesadilla tan original. Yo siempre tan impulsivo. Y no sé cómo actuaría si volviera a viajar a Tenerife. En su día dije que me cambiaría de compañía, y es obvio que no lo hice.

Bueno… Ahora todo quedaría atrás. Tendría que volver a aclimatarme a mi ciudad, que había acabado de salir de esa salvaje y funesta festividad, como todas; tendría que regresar a la rutina. Pero, por más pesado que me pareciera, me acostumbraría, como había hecho siempre.

Autor: Javier García Sánchez.

Desde las tinieblas de mi soledad.

11/04/2019.

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