-Está encantada con la idea de que vayamos; dice que podríamos hospedarnos en su casa; que ahí hay trabajo.
-Bueno, pero, entonces, ¿qué hay de lo de Bruselas?
-Raquel, cielo, no te preocupes por eso; no tenemos que ir a Bruselas.
-¿No? Pues a mí me gustaría.
-¿No lo dirás en serio? Cuando te lo hemos dicho te ha sentado fatal. Me ha costado convencerte para que lo reflexionaras.
-Pero lo he reflexionado. Y creo que sería bueno ir.
-¡Y tanto que lo has reflexionado! Como que te has quedado muerta mientras Tania y yo discutíamos. Y, antes de que llegara, has salido del baño completamente desnuda, sin toalla. A Gabi casi se le caen los ojos.
En este punto mi amiga se puso más roja que un tomate. No recordaba nada de lo referido; y su comportamiento la avergonzaba.
-Yo…
-No le hagas caso, Raquel. Está exagerando. Me sorprendió verte así; pero Laura está sacando las cosas de quicio.
-Cariño, relájate -le dije, mientras le acariciaba el pelo y la tomaba de una mano para llevarla al sofá-. Es obvio que el correo de Javi te alteró los nervios. Pero no tenemos el porqué de ir; tu salud está por encima de todo. Además: ahora tenemos otra opción. Berlín te encantará; y Hanna es una gran amiga.
-Gracias, Laura. Pero ahora, después de meditarlo detenidamente, a pesar de mis excentricidades, creo que tenemos que ir a Bruselas; o, al menos, yo debo hacerlo. Aunque suponga ceder y arrastrarme a aquél que me destrozó el corazón. Sólo si me trago mi orgullo conseguiré superarlo; le demostraré que puedo continuar con mi vida y que no me ha afectado.
-Pero, ¿es así? Es decir: ¿estás segura? Si vamos a Bruselas, ¿sabrás llevar bien la situación?
-Por supuesto, Laura. Muchas gracias por preocuparte tanto por mí. Eres una buena amiga.
-No hay de qué, tesoro. Además, si vuelves a estar así de abstraída, le alegrarás la vista a Gabi.
-¡Tonta -Gritó mi chico en medio de la risa; y me arrojó un cojín a la cara. Raquel volvió a ruborizarse, pero nuestro buen humor le hizo olvidarse de aquella situación tan embarazosa y participar con nosotros en una pequeña guerra de almohadas-!
-Pero, entonces, ¿qué le respondo a Hanna? Estaba muy ilusionada con la idea de que fuéramos.
Por más que me dijera que se encontraba bien, la idea de ir a Bruselas ahora me parecía horrible; temía que le afectara mucho; que le hiciera cometer una locura; o incluso que su salud se quebrara. Quería sacársela de la cabeza, de la misma manera que se la había metido. Si me veía afligida; si sentía que me hacía un favor yendo a Berlín, quizá accedería. Por otra parte, era obvio que Hanna se sentiría muy afortunada si volvía a verme; pero yo, por mi parte, tendría que lidiar con el mal trago de tenerlos a ella y a Gabi juntos. La disyuntiva no era fácil; y no tenía a quién acudir.
-Dile que ya no hace falta; que se lo agradeces mucho, pero que te ha escrito un amigo a quien hace años que no ves, y que ya te has comprometido.
-Pero le romperé el corazón. Ya has visto lo ilusionada que está. En Nairobi yo era su única amiga; y éramos compañeras de habitación. Si no vamos a Bruselas, a Javi no le importará; no mostraba tanto entusiasmo como Hanna.
Raquel, tesoro, perdóname. Sé que te he metido mucha presión para ir a Bruselas, pero ahora no quiero hacerle daño a Hanna. Por favor, di que sí; no te arrepentirás. Di que sí y le escribo ahora mismo. Podemos estar en Berlín en menos de una semana.
Autor: Javier García Sánchez,
Desde las tinieblas de mi soledad.
06/06/2019.