Los dos gendarmes que me habían detenido entraron en la sala. Tras ellos iba el intérprete; y éste era Luis. No pude evitar la expresión de asombro, mas creo que los alemanes, con su mirada altiva y su vista al frente, no se percataron. Otra cosa era lo que registrara la cámara, mas eso no me importaba. Mi amigo sí que se dio cuenta, y al momento hizo un gesto para transmitirme calma. Lo mejor era que no nos relacionaran.
Se sentó a mi lado; y, enfrente de nosotros, los gendarmes. Luis tomó la palabra para dirigirse a mí.
-Buenas tardes. Me llamo Luis; soy tu representante. Estos señores quieren tener una entrevista contigo, y me han pedido que ejerza de intérprete.
Se me hacía cómica la situación; ver a Luis comportarse de aquella manera formal, con aquel lenguaje serio, con cabello corto peinado hacia atrás, con traje negro, camisa blanca y corbata roja; y que se dirigiera a mí como si fuera una completa desconocida. Era todo una farsa, una de las que tanto le agradaban. Sabía que quería sacarme del atolladero, y que lo conseguiría; su sola presencia me había devuelto la esperanza recién perdida;: pero también sabía que disfrutaba con aquellos juegos de ilusionismo; que le encantaba interpretar papeles como si fueran obras de teatro. Mi problema era que ya lo conocía muy bien; que sabía cómo dominaba la situación. Él podría ser un gran actor; pero yo también tendría que fingir, y no se me haría fácil. Aquel tipo, a quien había llegado a odiar, con quien me había acostado y a quien debía la vida y admiraba, ahora me producía risa. Era muy difícil actuar cuando por dentro me estaba destornillando.
Una vez más tuve que relatar todo lo sucedido en Kenia; cómo yo, al frente de mi equipo, me opuse al asesinato de Narayan y cómo fui hasta su campamento para tratar de salvarle la vida; cómo había recibido presiones de las dos arpías, pese a las cuales no había cedido. Mencioné, incluso, el altercado con la suiza que estaba al frente del otro equipo; cómo, tras un desesperado intento de detener su crimen, me había atado de pies y manos y me había hecho repetir ante una grabadora que mis principios me impedían matar a un filántropo; y poco después había tenido lugar el fatal desenlace. Lamentablemente, no sabía qué se había hecho de la cinta, pero imaginaba que la encontrarían si inspeccionaban las pertenencias de la desgraciada helvética. De todos modos, para afianzar mi testimonio les di las señas de Hanna, quien podría corroborar mi versión.
Cuanto hasta aquí he relatado fue lo que conté a Luis para que se lo comunicara a los gendarmes. El problema fue cuando le oí expresarse en alemán. Aquello fue demasiado. Tuve un ataque de risa. Pero, al mismo tiempo, sabía que no podía reír; que mi situación era delicada; y que una carcajada incomodaría q aquellos mastodontes. Intenté contener la respiración y apretar la tripa, mas no era suficiente. Oír a Luis en aquella lengua gangosa, como si tuviera la boca llena de pasta, me sobrepasó. Resolví como única salida posible simular un ataque para caer de lado y desplomarme debajo de la mesa, emulando las convulsiones de la epilepsia. Luis,al principio asustado, se agachó para atenderme. Cuando descubrió lo que ocurría, me cubrió con su cuerpo, para que los alemanes no se enteraran, y esbozó una sonrisa cómplice.
Autor: Javier García Sánchez,
Desde las tinieblas de mi soledad.
17/06/2019.