DESPUÉS DEL NAUFRAGIO

Seguía haciendo tímidos intentos por reintegrarse a ese mundo al que algún día había pertenecido; a ese mundo de donde había sido expulsado hacía tanto tiempo. Quienes lo rodeaban hacían lo posible por facilitarle el camino; que pudiera regresar a esa sociedad que de repente lo había rechazado y lo había condenado a un prolongado destierro. Él, acuciado por los suyos, daba pequeños pasos; mas al instante retrocedía. Tan largo exilio había socavado su carácter; se había convertido en un ser desconfiado y meditabundo; hallaba mayor comodidad en su soledad. Cierto que no era el estado por él deseado; que sentía continuos ataques de dolorosa melancolía. Pero ya no se sentía capaz de volver a formar parte de aquel mundo que, sí bien le había rechazado, también lo veía con añoranza.

Acaso en su interior hubiera cultivado cierto rencor; aunque tampoco se sentía seguro de ello. Las personas que lo habían echado no podían ser objeto más que de su desprecio; mas eran otras quienes querían llevarlo de vuelta. Entonces, sin embargo, se sentía mermado. Sentía que el paso de los años había oxidado sus habilidades; que el duro castigo tan injustamente impuesto había marcado para siempre su carácter. Seguía ansiando el regreso, mas lo veía ya como algo imposible. A sí mismo se veía como un náufrago, habitando la isla que era esa sociedad que le había expulsado, invisible ya a aquella gente. Misteriosos jueces habían levantado el ostracismo que sobre él durante tanto tiempo pesara, sin que ahora fuera capaz de reducir la inconmensurable distancia que le separaba de sus semejantes.

A menudo hallaba un triste consuelo en la oscuridad de la noche, agazapado en un rincón de su dormitorio, donde se cobijaba bajo una tenue luz y pasaba algunas horas sumergido en sus lecturas o escribiendo. Prefería a los escritores solitarios; a aquéllos que habían tenido existencias convulsas, cuyas vidas de alguna manera le recordaban a la suya. Se veía así identificado con sus letras, con los fracasos de sus personajes. Porque se sentía fracasado. Lo paradójico era que pocas personas le despertaban ya aprecio alguno; que a la mayoría consideraba seres inferiores. Pero a sí mismo, no obstante, tampoco se profesaba un juicio favorable.

El frió era el mejor aliado de su nostalgia. ¡Cuánto echaba de menos los gélidos días de invierno, sentado frente a su escritorio, con una taza de café humeante. Siempre con el dilema de querer saborear cada sorbo, pero con la certeza de que el placer terminaría cuando ingiriera la ultima gota.

El invierno seguía ahí; llegaba cada nueve meses. Lo que no regresaba era el frío. Al menos seguía disfrutando de esos días cortos; de esas largas noches; de esa oscuridad que tan bien le sentaba a su alma meditabunda y nostálgica. En soledad, frente a aquella taza de café, pensaba en cómo se había frustrado su existencia; en lo absurda que era ésta. La comparaba con la felicidad de quienes le rodeaban; de aquellas personas a las que despreciaba: y se decía que su vida ya no tenía sentido; que respiraba por inercia.

Autor: Javier García Sánchez,

Desde las tinieblas de mi soledad.

05/07/2019.

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