-Hola. ¿Cómo te llamas?
-Clara -le gustaba ese nombre; daba la sensación de inocencia y de ingenuidad. Nada atraía más a un hombre que esa mezcla imposible entre indefensión y candidez, por una parte, y perversión, por otra; era una ilusión que muchos heterosexuales tenían. Sabía de la fantasía sexual de Caperucita, por ejemplo; una criatura vulnerable, pero que acaba devorando al lobo-.
-Es un nombre muy bonito. ¿Y que haces?
-Estoy en mi habitación, aburrida, y entré a saludar.
-¿Y por qué aburrida? ¿No tienes novio?
-No; estoy libre.
-¿Dónde vives?
-En Tucumán.
-¿Me enseñas una foto?
-No puedo; soy muy tímida.
-¿Y qué llevas puesto?
-Un camisón.
-¿Y debajo?
-Nada. Estoy desnuda. Natural, como la vida misma, jeje.
Estaba jugando sus cartas magistralmente. Perversión, lujuria, pero envueltas en un manto de supuesta candidez; y el gancho final, esa negación a la posibilidad de verla, de romper el misterio. Todo ello hacia que aquel hombre ardiera; mas no sólo él. Los otros seis estaban igual. Y ella -él, es decir- se sentía exultante. Pensó que la naturaleza se había equivocado con él; que tenía que haber nacido mujer; y entonces haría diez años, o cinco, que habría perdido la virginidad.
Pero aquello no podía continuar. Estaba disfrutando de la experiencia de ser mujer por unos minutos; pero el tiempo se acababa. Tendría que despedirse.
-Perdona; tengo que irme. Mi madre me llama.
-Está bien. ¿Tienes correo?
-No; pero volveré dentro de un rato.
-Hazte una cuenta de correo; es muy fácil. Si quieres, yo te ayudo y luego te cambias la contraseña.
Aquello sí que no se lo esperaba. Y lo peor, lo más embarazoso, fue que los siete deseaban lo mismo de ella -de él-, una dirección de correo para mantener un contacto más íntimo y más directo. Iba a tener difícil deshacerse de aquellos pulpos.
-Mira, puedes ponerte clarita30@gmail.com. ¿Qué te parece?
-Me parece muy bien; muchas gracias. Pero es que ahora tengo mucha prisa.
-Pero si sólo es un momento.
-Más tarde nos vemos y me ayudas.
-¿Me lo prometes?
– Sí; de verdad.
Ésta fue la táctica en seis conversaciones, con la inmensa dificultad de mantenerlas de manera simultánea, abriendo y cerrando pestañas. Alguno le había protestado por la demora en responder; pero la emoción por tener una mujer agradable, inocente y desnuda a la otra parte de la pantalla había contenido sus nervios.
La séptima plática fue un poco distinta. Aquel hombre había usado otro método, otro tono.
-¿Tienes cuenta de correo?
-No.
-Si quieres, te ayudo a crear una; es muy fácil.
-Muchas gracias, pero es que ahora tengo mucha prisa.
-Entonces, ¿No te voy a volver a ver? Es que me gustas mucho.
-Que sí; tranquilo. No te preocupes. Te prometo que esta tarde regreso y nos vemos. Es sólo que ahora me corre mucha prisa.
-¿De verdad?
-Que sí, tonto. No te preocupes; luego vuelvo.
Lo tenía claro. De entre todos los hombres, ése era el único que valía la pena; el único que se había mostrado sensible y tierno a última hora; y que, por ello, le gustaba. No quería hacerle daño. Ahora se veía en un dilema. Le encantaban las mujeres, igual que a ese sujeto; pero de repente se sentía atraída -atraído- por él.
Autor: Javier García Sánchez,
Desde las tinieblas de mi soledad.
08/07/2019.
Mucho me temo que esto no va acabar bien para alguien…😅
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Qué dices!? Es la experiencia más alucinante de mi vida!
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