EL CONEJITO (II)

-Hola. ¿Cómo te llamas?

-Clara -le gustaba ese nombre; daba la sensación de inocencia y de ingenuidad. Nada atraía más a un hombre que esa mezcla imposible entre indefensión y candidez, por una parte, y perversión, por otra; era una ilusión que muchos heterosexuales tenían. Sabía de la fantasía sexual de Caperucita, por ejemplo; una criatura vulnerable, pero que acaba devorando al lobo-.

-Es un nombre muy bonito. ¿Y que haces?

-Estoy en mi habitación, aburrida, y entré a saludar.

-¿Y por qué aburrida? ¿No tienes novio?

-No; estoy libre.

-¿Dónde vives?

-En Tucumán.

-¿Me enseñas una foto?

-No puedo; soy muy tímida.

-¿Y qué llevas puesto?

-Un camisón.

-¿Y debajo?

-Nada. Estoy desnuda. Natural, como la vida misma, jeje.

Estaba jugando sus cartas magistralmente. Perversión, lujuria, pero envueltas en un manto de supuesta candidez; y el gancho final, esa negación a la posibilidad de verla, de romper el misterio. Todo ello hacia que aquel hombre ardiera; mas no sólo él. Los otros seis estaban igual. Y ella -él, es decir- se sentía exultante. Pensó que la naturaleza se había equivocado con él; que tenía que haber nacido mujer; y entonces haría diez años, o cinco, que habría perdido la virginidad.

Pero aquello no podía continuar. Estaba disfrutando de la experiencia de ser mujer por unos minutos; pero el tiempo se acababa. Tendría que despedirse.

-Perdona; tengo que irme. Mi madre me llama.

-Está bien. ¿Tienes correo?

-No; pero volveré dentro de un rato.

-Hazte una cuenta de correo; es muy fácil. Si quieres, yo te ayudo y luego te cambias la contraseña.

Aquello sí que no se lo esperaba. Y lo peor, lo más embarazoso, fue que los siete deseaban lo mismo de ella -de él-, una dirección de correo para mantener un contacto más íntimo y más directo. Iba a tener difícil deshacerse de aquellos pulpos.

-Mira, puedes ponerte clarita30@gmail.com. ¿Qué te parece?

-Me parece muy bien; muchas gracias. Pero es que ahora tengo mucha prisa.

-Pero si sólo es un momento.

-Más tarde nos vemos y me ayudas.

-¿Me lo prometes?

– Sí; de verdad.

Ésta fue la táctica en seis conversaciones, con la inmensa dificultad de mantenerlas de manera simultánea, abriendo y cerrando pestañas. Alguno le había protestado por la demora en responder; pero la emoción por tener una mujer agradable, inocente y desnuda a la otra parte de la pantalla había contenido sus nervios.

La séptima plática fue un poco distinta. Aquel hombre había usado otro método, otro tono.

-¿Tienes cuenta de correo?

-No.

-Si quieres, te ayudo a crear una; es muy fácil.

-Muchas gracias, pero es que ahora tengo mucha prisa.

-Entonces, ¿No te voy a volver a ver? Es que me gustas mucho.

-Que sí; tranquilo. No te preocupes. Te prometo que esta tarde regreso y nos vemos. Es sólo que ahora me corre mucha prisa.

-¿De verdad?

-Que sí, tonto. No te preocupes; luego vuelvo.

Lo tenía claro. De entre todos los hombres, ése era el único que valía la pena; el único que se había mostrado sensible y tierno a última hora; y que, por ello, le gustaba. No quería hacerle daño. Ahora se veía en un dilema. Le encantaban las mujeres, igual que a ese sujeto; pero de repente se sentía atraída -atraído- por él.

Autor: Javier García Sánchez,

Desde las tinieblas de mi soledad.

08/07/2019.

2 comentarios en “EL CONEJITO (II)

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