UNA NUEVA ETAPA (CCCLV)

Después fue el turno de Helmut von Schmüller, de Alemania Unida, el principal socio de gobierno del Frente Pangermánico. Hizo un discurso de apoyo a Stroesser, aunque con matices. No era un cheque en blanco lo que le ofrecía, sino una apuesta por el progreso de su patria. Para garantizar la gobernabilidad del imperio, sus fronteras no se extenderían más allá de las tierras de Alsacia y Lorena; y el canciller, además, debía comprometerse a aceptar una batería de reformas como las que sus legados estaban llevando a cabo en las Provincias.

Por último se dio voz a los Lands. El partido mayoritario era el Grupo Regionalista de Baviera, la zona más poblada y próspera, con 30 valiosos diputados en el parlamento. Gerhard Khöeller, su secretario general, anunció su voto en contra, temeroso de que su Land perdiera su posición de liderazgo. Esto tensó la cuerda; pero la situación se aclaró cuando las regiones de Schleswig-Holstein y de Bremen, celosas de la hegemonía bávara, manifestaran su apoyo al gobierno, como ya habían hecho en otros puntos aislados. Tras esto, la votación final, que tendría lugar tras un breve receso de cinco minutos, se convertía en un mero trámite que, salvo sorpresa mayúscula, daría el triunfo al Frente Pangermánico.

Me sorprendió el compromiso de Hanna con la política nacional. Estuvo atenta a todo aquel lento proceso; a aquella votación a mano alzada que concluyó con los votos favorables del Frente Pangermánico (90), de Alemania Unida (40), del Partido Regionalista de Schleswig-Holstein (5), del Partido Regionalista de Bremen (5), del Partido Anexionista (7) y del Partido Verde (5). En contra, los 70 diputados de Alemania Libre, los 30 del Frente Regionalista de Baviera, los 20 del Partido Ario, los 15 del Partido Regionalista de Mecklengurgo y los 10 de la Región de Brandenburgo.

A partir de aquel instante, se abría un proceso de adhesión que podría durar un mes, el tiempo que tardaran en redactar la nueva distribución de poderes. Alsacia y Lorena, dos Estados grandes, aportarían un mayor peso demográfico, con un alto porcentaje del elemento francófono, que el líder de Alemania Libre había anunciado con tan tétricas palabras como fatalmente nocivo para la supervivencia del país.

-Bien. ¿Os apetece salir a cenar? Puedo llevaros a vuestro barrio, para que os sintáis a gusto -anunció Hanna-.

-Gracias, pero, ¿Estás segura -repuse-? Ahí serás tú quien no entienda nada.

-Cariño, llevo toda la vida escuchando alemán; ya estoy harta. Además, prefiero escuchar un idioma que desconozco; así, aunque la gente diga tonterías, no las entiendo. Esta noche vosotros seréis mis intérpretes -dijo, con una sonrisa.

En la calle el ambiente era festivo; se respiraba alegría tras conocerse un resultado que traía hermosos recuerdos a los ciudadanos sobre aquella esplendorosa época pasada que ahora ellos revivían y afrontaban como espectadores.

Tuvimos que caminar un buen trecho. Según nos dijo Hanna, los barrios poblados por los inmigrantes se hallaban en la periferia. Conforme nos alejábamos de su casa, notaba que el alemán se escuchaba cada vez más raramente; que aumentaba la pobreza de las calles, y que hasta la policía empezaba a escasear. Era como si abandonaran a aquella gente a su suerte; como si no le importara al gobierno germano.

Autor: Javier García Sánchez,

Desde las tinieblas de mi soledad.

21/08/2019.

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