-De todos modos, lo que nos pides es muy peligroso. Se trata de lidiar con el Reich, la autoridad suprema. Nosotros hemos venido acá a trabajar como abogados. Aún no se nos exige un pleno dominio del alemán para llevar los casos; pero ese pequeño detalle, por ponerte un ejemplo, ya hablaría en nuestra contra.
-¿Y eso por qué? Os permiten usar el inglés para los demás casos. Objetivamente no hay ninguna diferencia.
-La diferencia es la otra parte del litigio. Por más que objetivamente sea lo mismo, ellos se aferrarán a cualquier tontería. Y eso por no hablar de tu nacionalidad; eres francés. Ya sabes los odios que hay entre alemanes y franceses.
-¡Pero también soy medio alemán!
-¡¿Y qué!? ¡¿Crees que eso será suficiente!?
-¡Laura! ¡Esas tierras son mías y de mi hermano! ¡La ley debería ayudarme! ¡¿De qué me sirve la ley si no me hace justicia!?
-¿Pero qué te ocurre, Jean Claude? Nunca te había visto tan exaltado. Y tú no eres de los que se meten en política.
-Lo que ocurre es que nos morimos de hambre. ¿No te parece suficiente motivo?
-¿Y no podéis obtener dinero de otra manera?
Jean Claude, cariño, trata de calmarte y escúchame.
No es que no quiera ayudarte. Te tengo aprecio por aquel año en que compartimos piso; pero si llevo tu caso no es sólo que pueda perderlo, sino que me deportarían; y si me deportan, Gabi y Raquel se vienen conmigo. Y Hanna, aunque sea alemana, también quedaría mal parada por apoyarnos. Desde que hemos llegado a esta tierra nos miran mal; sólo necesitan una excusa para expulsarnos. ¿Quieres que se la sirvamos en bandeja? Si nos deportan, nos moriremos de hambre en nuestro país.
Tiene que haber algo que tú y tu hermano podáis hacer para salir adelante. Y no creo que ningún extranjero quiera llevar vuestro caso, por el enorme riesgo que supone. Y en cuanto a abogados alemanes, lo mismo. Ninguno va a querer poner en peligro su carrera por ayudar a un francés.
Me daba lástima aquella situación, pero debía ser realista. Como me había dicho Hanna, ya había tenido bastante suerte de salir con vida de Kenia y de no sufrir represalias. No era momento para heroísmos absurdos. Quería ayudar a mi amigo, pero no sabía cómo; sólo se me ocurría que buscara trabajo en algún otro lugar. Y no tenía derecho a pedirme un imposible.
De repente empezamos a oír gritos procedentes del Bunderstag. Debía de haber una fuerte agitación, que se contagiaba a la calle y se extendía como un reguero de pólvora hasta las viviendas más próximas. Aquella tarde, una comisión del Gobierno exponía un borrador sobre el nuevo reparto territorial de escaños, que sería objeto de un acalorado debate. Los Lands analizaban minuciosamente el proyecto, conscientes de que tendrían que ceder parte de su representatividad; en especial, Baviera, el territorio más reticente, que, aunque derrotado en las votaciones de la semana anterior, no quería resignarse a perder su hegemonía.
-Bueno, cálmate. ¿Por qué no te quedas esta noche con nosotros? Mañana será otro día; todos estaremos más despejados, y pensaremos con mayor claridad.
-No puedo. Mi hermano me espera en Estrasburgo. Llevo tres días fuera. Pensaba adelantar algo con el litigio antes de regresar, pero ya veo que es imposible. Trataremos de sobrevivir como podamos, hasta que nos deporten o nos maten. Muchas gracias por vuestra ayuda.
Autor: Javier García Sánchez,
Desde las tinieblas de mi soledad.
10/10/2019.