Aquella promesa ya me pareció excesivamente suculenta como para que la cumpliera. Desde luego me pagaría; para algo había rellenado la ficha y nos había dado sus datos personales. Pero, en cuanto a pagarme más de lo convenido, aquello era más utópico. No porque el hombre no quisiera; lo veía tan feliz y con una sonrisa tan bondadosa, que, o era completamente sincero, o era el más consumado histrión con que me había cruzado nunca. Pero, por muy agradecido que estuviera, en esos momentos se encontraba casi en quiebra; disponía de escasos recursos en s cuenta bancaria. Y el caso, no obstante, es que al acabar aquella primera visita me pagó 3.000 krups pero adelantado sin ningún tipo de objeción, con la felicidad propia de un idiota. Fue aquella extraña actitud lo que me llevó a aceptar el caso, además, claro está, de no querer renunciar a dos seguidos. Pero en la libreta de aquel desgraciado figuraban sólo 6.000 krups; se quedaba con la mitad para él y su familia. Me dije que debía de tener algún cauce oculto para obtener divisas sin pagar impuestos; quizá estuviera envuelto en algún negocio turbio. Al fin y al cabo, era banquero; esos tipos eran las peores sanguijuelas que habitaban la Tierra, junto a políticos y miembros de todas las iglesias.
En cuanto al litigio, ésa era otra cuestión. Su único argumento era el de pertenecer a un Estado que había formado parte de un imperio multicultural y multiétnico; y de ello habían pasado ya como dos siglos. Necesitaba algo más si quería fundamentar sus aspiraciones. De no ser así, cualquier persona proveniente de las provincias en cuestión podría solicitar la nacionalidad alemana, desde la República Checa hasta Bosnia. Y eso el Reich nunca lo toleraría. No sólo porque ello supondría que el Imperio asumiera el control y las obligaciones correspondientes sobre 200 millones de personas; sino porque ello implicaría abrir las fronteras germanas a, entre otros, 20 millones de serbobosnios, de raíces eslavas, más afines al vecino imperio ruso. Aún suerte que el káiser conseguía dominar este terreno, antes que dejar un hueco libre en el Viejo Contiene, que habría sido inmediatamente ocupado por la gran superpotencia vecina.
Pero, si no era bueno extender la ciudadanía alemana por todo el Imperio, menos aún a los serbobosnios. Puede que el hecho de tratarse de una región que formara parte del antiguo Imperio austro-húngaro no tuviera relevancia; pero sí la tenía, en cambio, el origen de aquellas gentes, responsables de la Primera Guerra Mundial. Darles la ciudadanía equivalía a abrir de par en par las puertas a un nuevo Caballo de Troya.
Decidí basar mi defensa en aspectos personales y, por decirlo de alguna manera, un tanto triviales. Al principio me costó convencer a Nichola de que debíamos usar esa estrategia; me respondía exacerbado que era un súbdito alemán, y que su origen checo lo probaba. Tuve que hacerle entender que eso no contaba para las autoridades teutonas; que necesitábamos algo de más peso. Por suerte, aquel tipo tan extravagante hablaba el alemán con fluidez; eso sería un arma psicológica que nos brindaría cierta ayuda. Lo más útil, sin embargo, era que durante el conflicto bélico había alojado tropas imperiales y había contribuido a su avituallamiento. Y lo más extraño de todo este asunto es que me dijo que, si todo era cuestión de dinero, pagaría lo que hiciera falta por obtener la nacionalidad.
Autor: Javier García Sánchez,
Desde las tinieblas de mi soledad.
20/10/2019.