UNA NUEVA ETAPA (CCCLXXI)

-Señorías: a lo largo de las últimas semanas hemos asistido a un espectáculo lamentable; hemos visto cómo nuestro Imperio presenciaba una auténtica caza de brujas; cómo nos veíamos oblidados a privarnos de nuestras libertades en aras del bien común y cómo cientos de personas perdían la vida por ser sospechosas de estar vinculadas y de tener algún tipo de responsabilidad por el horrible atentado que se saldó con el trágico balance que ya todos conocemos; pero la represión no es la vía más adecuada para solucionar nuestros problemas.

Nuevos silbidos de desaprobación. Jean Claude se mantenía serio y desafiante; tensaba la cuerda con una audacia que nunca habría imaginado en él. Se arriesgaba a que algún día lo hicieran desaparecer; no sería el primero. El nuevo canciller había tomado medidas despóticas; no vacilaba en en imitar los consabidos recursos que habían llevado a cabo tantos dictadores durante siglos.

‘Por favor, señorías, serénense y escúchenme antes de abuchearme. Hagamos gala de nuestra democracia y de las buenas formas. Y no olvidemos, además, que millones de personas nos están viendo desde sus casas. No sólo dentro del Reich; sino en todo el mundo. Así pues, démosles una lección de entereza y de democracia.

‘Señorías: ni yo ni nadie de mi partido tiene las manos manchadas de sangre; por eso me he atrevido a proferir las palabras que tanto les han incomodado a ustedes; y, si aún les quedara alguna duda, desafío al señor Schleiermacher a que nos investigue y registre nuestros domicilios; y a que haga cuanto considere oportuno para esclarecer si mis palabras son honestas. Pero lo que verdaderamente parece evidente es que el señor canciller ha preferido utilizar métodos que nos han retrotraído a una época más oscura; a una época en que las meras sospechas eran argumento suficiente para condenar, aun sin pruebas; y, cuando, tiempo más tarde, se comprobaba la inocencia de los acusados, ya era demasiado tarde; dios no respondía a las llamadas para sacar a sus hijos de la tumba.

Estas palabras se ganaron otro abucheo; sobre todo, de la bancada del partido socialdemócrata, especialmente molesto por la alusión a sus formas. Además, la fina ironía de mi amigo, con aquel rasgo de impiedad, hirió a los ultraconservadores. Llegué a pensar que en aquel momento nada le importaba a Jean Claude; que le daba igual tener un millón de cuchillos apuntándole al corazón. Diría y haría lo que creyera que debía decir y hacer.

‘Por favor, señorías, un poco de decoro.

‘No he venido hasta ustedes para condenar la marcha del señor Schmidt al cadalso; ustedes sabrán si las pruebas halladas han sido reales o fabricadas por las cloacas. Allá cada cuál con su conciencia. Nosotros venimos aquí no sólo como alemanes, sino también como franceses; y, aún más, como alsacianos y como lorenenses. Y venimos para trabajar por el futuro del Imperio. Y lo que decimos es que el auténtico problema no se afronta con el fuego, con la represión. Eso sólo serán parches; el problema revivirá.

‘Sé que mi primera comparecencia ante ustedes no ha sido grata a sus oídos; que me expongo a que un día aparezca mi cuerpo en medio de un charco de sangre; o a desaparecer, sencillamente. Si ello sucediera, creo que ello sería la muerte del Imperio; la muerte de los principios que el Reich ha defendido desde sus primeros días y que yo represento. No por mí, cuya vida ya poco vale, sino por el Reich mismo, espero que nunca más asistamos a esos métodos violentos; que sea la palabra la que nos ayude a permanecer unidos y a ser aún más grandes.

Autor: Javier García Sánchez,

Desde las tinieblas de mi soledad.

10/12/2019.

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