UNA NUEVA ETAPA (CCCLXXV)

Aquellas minutos fueron tensos para todos. ¿Qué se podía hacer en una situación así? No podíamos ofrecerle alojamiento; Hanna ya corría con bastante riesgo al aceptarnos. Y Jean Claude, por otra parte, seguramente habría rechazado la oferta; no tenía nada que ver con el hombre que había conocido en la universidad. Había asumido su destino y lo esperaba con entereza y dignidad. Por otra parte, no estaba solo; estaba con su hermano. Imaginé que todo lo tendrían muy hablado, y que asistirían juntos a sus últimos momentos; no lo abandonaría a su suerte. Cuando lo despedimos, sin embargo, sentí un pinchazo en el corazón. Era como el de la primera vez que se marchó, cuando se fue tan abatido; pero había algo distinto. Verlo salir por la puerta en plena noche, con las calles desiertas, no auguraba nada bueno. Hacía un mes lo había visto escuálido; creí que no sobreviviría demasiado tiempo, pero que su muerte sería en cierto modo natural. Ahora, en cambio, con el cuerpo restablecido, le auguraba una muerte violenta; y temía que no consiguiera llegar a casa.
Desde entonces, cada día seguía los informativos con similar interés al de Hanna, aunque por motivos diferentes, temiendo que anunciaran tarde o temprano el trágico asesinato del presidente de la Liga Alsaciana y de la cúpula directiva del partido; pero ésta nunca aparecía. Inquieta, asistía a los debates semanales del Congreso junto a mi amiga; y siempre estaba ahí. Cada miércoles estaba en su escaño; escuchaba con atención al resto de oradores y aguardaba su turno; y cuando éste llegaba, se mostraba tan incisivo y letal como en la jornada de reapertura de la Cámara. Schleiermacher, que en su día se mostrara tan firme y seguro de sí mismo, ahora flaqueaba; incluso se le notaba en el rostro. Se le veía cansado, como si de repente hubiera envejecido un par de años; y Jean Claude, por contra, mostraba la misma energía. Le instaba a que cumpliera con la integración de las nuevas regiones, que, más allá de estar presentes en el Parlamento, poco habían obtenido; sus ciudadanos eran tratados todavía con cierto desdén, y más si tenían un apellido francófono. Mi amigo supo atraerse las simpatías de los líderes de otros Lands; y eso le creaba una especie de coraza. Sabía que no estaba solo; que ya no contaba solamente con el apoyo de su partido y de los representantes de Lorena. El canciller, en cambio, estaba cada vez más aislado.
-Tu amigo se defiende bien. Quién habría dicho que haría algo así, después de cómo lo vimos la primera vez -me comentó Hanna-.
-Eso no es nada. Te digo que ha cambiado muchísimo desde que lo conocí; ahora está irreconocible. Lo que más me sorprende es que aún esté con vida. Lo veo más vivo que al canciller.
-Eso no quiere decir nada -respondió mi amiga, después de soltar una carcajada de aprobación-. Pueden no haberlo tocado todavía, porque saben que, aunque trataran de maquillarlo, las sospechas de todos apuntarían hacia ellos; pero puede pasar cualquier día.
Así, permanecí en una tensión constante; pero él siempre estaba ahí. Me preguntaba si valía la pena telefonearle para concertar una nueva reunión y felicitarlo por la gran labor que estaba haciendo, pero nunca me decidía; no sabía si debía volver a verlo o quedarme con nuestra última charla como enésimo recuerdo.
Autor: Javier García Sánchez,
Desde las tinieblas de mi soledad.
20/01/2020.