El desmantelamiento de la cúpula de Alemania Libre y la ejecución de sus líderes había normalizado la situación. Prueba de ello fue la reapertura del Parlamento y las duras sesiones que se sucedieron, donde Jean Claude no dejó de atizar al canciller. Nada de aquello hubiera sido posible antes; la actitud de mi amigo se habría visto como un intento de sedición, o como algo peor. Pero ahora tenía libertad de palabra, hasta el punto que tensaba la cuerda y agotaba a Schleiermacher, que perdía apoyos; y hasta dentro de su propio partido había nervios. Hubo varios ministros que desobedecieron al presidente. Se llegó a decir que había sido un error nombrarlo como sucesor de Stroesser; que era demasiado joven, sin la experiencia y el carisma de su predecesor. No era descartable una crisis del ejecutivo que desembocara en nuevas elecciones.
El nuevo clima de normalidad nos hizo pensar que Gabi podía retomar el caso. Dadas las circunstancias, era posible solicitar la debida protección para viajar a los territorios de Schleswig-Hollstein sin peligro, y poder celebrar un juicio que parecía inminente cuando tuvo lugar el atentado del Bunderstag.
Así se hizo.
Conseguimos la escolta y en un mes llegamos al Land. El juicio fue largo; tuvimos que permanecer en aquellas tierras durante diversas semanas, mientras declaraban los testigos y aguardábamos el fallo del tribunal. Cuando éste se dio, la viuda obtuvo la pensión que reclamaba; y Schleswig-Hollstein, además, debía remunerarle las pagas atrasadas. La resolución fue un mazazo para el Estado, que se vio sobrepasado por la pericia y la terquedad de un joven abogado extranjero, que no se había dejado amedrentar por sus amenazas.
El éxito, uno de los más renombrados del bufé, tuvo para nosotros; pero, sobre todo, para Gabi, que tanto empeño había puesto en el caso y que tantas horas había invertido en desplazamientos. El beneficio económico por aquello era reducido, si se tenía en cuenta todo lo que había gastado en los viajes y el alojamiento; mas quedaba compensado por toda la emoción, toda la adrenalina y la victoria final. En cuanto a mí, sentía esa mezcla de orgullo y de envidia. Mi caso, aquél que había resuelto hacía ya unos meses, se quedaba en una nimiedad; no era nada, en comparación con lo que había conseguido mi chico. Me frustraba ver que no podía conseguir un éxito parecido. No había podido ayudar a Jean Claude; de haber dependido de mí, se habría muerto. Sabía que no era culpa mía; que, a decir verdad, nadie podría haber hecho nada por él; y, de hecho, si sobrevivió fue por motivos que se nos antojaban misteriosos a todos, aunque yo tenía mis sospechas. Pero, al mismo tiempo, también sabía que Gabi necesitaba aquello; que se había esforzado mucho, con noches en vela y un gran riesgo; y se lo merecía. Era un extranjero, además; estaba discriminado y despreciado por su origen; y, a pesar de ello, había conseguido algo muy grande. Con su victoria se había ganado el respeto, como lo había ganado para nosotras.
Tuvimos unas semanas de calma. Gabi obtuvo un permiso; era lo menos, después de un caso tan complejo, que había dado aún más prestigio al bufete del que ya tenía. Me pregunté cuánto nos duraría la tranquilidad.
Autor: Javier García Sánchez,
Desde las tinieblas de mi soledad.
26/01/2020.