UN SER INDÓMITO

*Escrito presentado a reto del grupo Lluvia de ideas. Prosa y poesía, de Andrea Gastelum/ Mar Aranda. Extensión: 100-1000 palabras:

Acechante, inquisitiva, atenta, curiosa, perspicaz… Inteligente. Así era aquella mirada; una mirada que siempre intimidaba; una mirada que en ocasiones llegaba a provocar pavor a quienes con ella se cruzaban. Y es que ese ser que podía llegar a ser tan dulce, con sus ronroneos relajantes, escondía en su mirada un temperamento arisco, desafiante, retador. Acaso por ello, por considerarlo un duro rival, que no se prestaba a ceder dócilmente al ser humano; que rehusaba someterse a su dominio y salía continuamente victorioso de dominarlo, se le había llegado a atacar de la manera más baja; recurriendo a la campaña sucia, a la difamación. Se le había acusado de ser el diablo, el propio Belcebú. No podía ser de otra manera. ¿Qué otro ser habría podido resistirse a la fuerza del hombre; qué otro ser podría haber mostrado tal conocimiento; qué otro ser podría tener esa mirada cargada de fuego, penetrante, sino aquél que supuestamente era el gran enemigo del dios impotente y de toda su desastrosa obra, el príncipe de la luz, aquél que supuestamente había sido el primer revolucionario de la historia, aquél que se había rebelado contra el primer gran tirano megalómano?

Ajeno a estas polémicas, el felino se mantenía distante e independiente, con sus sigilosos andares, que habían contribuido a esa opinión tan extendida entre el vulgo de que se trataba de un ser traidor y demoníaco; por esa sencillez con la que aparecía en el rincón más recóndito cuando nadie se lo esperaba; por esos graciosos y ágiles movimientos con los que se deslizaba por lugares imposibles y de repente se le veía acostado o sentado en una cornisa o en la rama de un árbol, descansando, pero siempre atento, observando cuanto sucedía a su alrededor. Era todo un espectáculo contemplar esos grandes ojos en medio de la noche; unos grandes ojos amarillos que relampagueaban en medio de la oscuridad y que podían llegar a intimidar a quienes los hallaran por descuido.

Y esas uñas afiladas; esas uñas prensiles, siempre dispuestas a surgir como de la nada para lanzarse al ataque; esas uñas que lo convertían en un ser indomable a los ojos del hombre, tanto por las heridas que podían causar como por la facilidad con que desaparecían para permitir ese caminar sigiloso, esos andares de espía.

Misterio, sabiduría, acaso maldad… Era obvio que esta última cualidad era tan sólo atribuida a causa del despecho por no poder apresarlo; por su suficiencia y acaso por sus presuntos andares. Por ello también se le había asociado, en tiempos más recientes, con hombres fuera de la ley; con rebeldes que no se sometían y que vivían al margen del sistema, desafiantes e indómitos. Ya era todo un icono la imagen de El padrino, la película basada en la novela de Puzzo, donde el mafioso Vitto Corleone, encarnado por Marlon Brando, aparece acariciando un gato; negro, como no podía ser de otra manera. Negro. El color de la maldad, la traición. ¿Qué color más opuesto al de la blanca paloma, la idea de bien? ¿Y con quién sinó debía aparecer el astuto felino? Vitto se veía reflejado en aquel gato; acariciaba su suave pelambre y escuchaba su agradecido ronroneo, sabiendo que era el propio. Pero, ¿Acaso había maldad en ese ser? Exceso de antropomorfismo. El felino, sagaz, sólo quería vivir; y sólo advertía a quien tratara de subyugarlo de lo inútiles que serían sus intentos. Eso era lo que reflejaba esa mirada cargada de fuerza. Una mirada inteligente. Una mirada desafiante.

Autor: Javier García Sánchez,

Un loco sin greñas.

Desde las tinieblas de mi cautiverio.

14-15/05/2020.

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