PENSAMIENTOS PROFUNDOS (III)

*Escrito presentado al Mundial de escritura por el grupo Nada nos detiene:

-¿Puedo llamar ahora?

Se atrevió a preguntar. Para mi sorpresa, uno de aquellos individuos me acercó un teléfono. Era uno de esos teléfonos antiguos que ya no se fabrican, una pieza de museo, donde hay que girar una rueda con el dedo índice, poniendo éste en el dígito que se desea marcar. Fue un símbolo más de lo obsoleto que era el régimen, aunque también romántico.

Aguardó con nerviosismo a que su esposa respondiera. Había tenido mucha suerte pudiendo hacer la llamada, pero ella tardó en contestar. Le sorprendería un número tan largo y completamente desconocido; seguramente pensaría que se trataba de un comercial.

-¿Diga?

-¿Sara? Soy Jorge. Te llamo desde la comisaría. Me han detenido por no llevar el bozal, y me había dejado la documentación en casa.

-¡¿Qué!? Ahora mismo voy.

-No, por favor. No hace falta. De hecho, prefiero que no vengas –sentía un nudo en la garganta; hacía esfuerzos por que no se le notara. Pero quería oír su voz y saber que estaba bien-.

-¿Por qué?

-Hazme caso. Pasaré la noche en el calabozo y ya está; mañana me dejarán salir.

Los policías intercambiaron miradas. Se debatían entre el desconcierto que les provocaba que prefiriera pasar la noche con ellos y la ternura de verle las mejillas anegadas en lágrimas. Cuando el recluso colgó, el de más edad le preguntó:

-¿Por qué prefiere pasar la noche aquí?

-He cometido una falta. Lo lógico es que me castiguen; por eso me detuvieron. Además: no quiero molestar a mi esposa. Trabaja mucho; debe de estar agotada.

Lo cierto era que se aferraba a la posibilidad de que no investigaran su identidad. Su respuesta sonaba irreal, excesivamente romántica; pero tenía que intentarlo.

-¿Y por qué llora?

-No es fácil de explicar. Llevo tiempo tratando de escribir y no lo consigo; trato de hacer las cosas lo mejor posible e incurro en una falta. Todo me sale mal. Pero, a fin de cuentas, nada tiene sentido; todo es efímero

Los policías volvieron a mirarse, confundidos por aquel discurso. El más veterano volvió a tomar la palabra, al tiempo que le ponía la mano izquierda sobre el hombro opuesto:

-¿Caballero, se encuentra usted bien? ¿Por qué no se va a casa y le da una grata sorpresa a su esposa?

No esperaba que sus palabras surtieran ese efecto. La policía del régimen solía ser gente ruda y sin escrúpulos. Quería salvarse, pero el intento que había hecho había sido sin auténtica confianza en que diera resultado. Quizá no habría torturas, pero dudaba de todo; ni siquiera sabía bien por qué estaba ahí, ni si de verdad merecía la pena salvarse, cuando toda la vida había estado arriesgándola; cuando se había mentalizado para perderla y cuando en realidad nada importaba. Con los ojos clavados en la mesa, sin devolverles la mirada a los agentes que lo observaba, replicó:

-Ése es el problema: siempre se perdona. El sistema está corrupto porque este país es corrupto; y este país es corrupto porque es una mierda, igual que todo el mundo. Y no tiene solución, porque la gente está idiotizada; y huyen de la realidad para refugiarse en la comodidad de su estupidez.

Los agentes volvieron a cruzarse las miradas. Esta vez fruncieron el ceño. El veterano lo tomó del brazo y le hizo incorporarse. Después de salir de la sala de interrogatorios se dirigieron a un pasillo por donde se paseaba un hombre arriba y abajo. El veterano le gritó:

-¡Alguacil!

El hombre se detuvo y se giró en busca de la voz que lo llamaba. Cuando la encontró, ésta continuó en el mismo tono:

-¡Acompañe a este hombre al calabozo, por favor!

Autor: Javier García Sánchez,

un bohemio romántico.

Desde las tinieblas de mi soledad.

05/11/2020.

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