UNA RELACIÓN PERFECTA (V)

Nunca creí que fuera capaz de hacerlo; jamás se me pasó por la cabeza la idea de serle infiel a mi esposa. Pero después de la tensión con aquella mujer, ya vencida mi última resistencia, me entregué a una noche de sexo salvaje.

El resultado de la experiencia fue que me desinhibí y conseguí un descanso profundo. Pocas horas, cuatro o cinco -no debía llegar a casa demasiado tarde; Julia me estaría esperando; no quería darle un disgusto-, pero un descanso profundo. Y cuando, ya en la calle, con el aire fresco de las ocho de la mañana, caminaba pensando en lo sucedido, no hallaba dentro de mí un solo motivo que me hiciera sentir culpable. Había gozado con otra mujer, pero la propia Julia me lo había pedido. Claro que, entonces, ¿por qué me ocultaba?, ¿por qué pretendía llegar a casa como si no hubiera pasado nada? Era absurdo. Pero es que el planteamiento inicial era ya de por sí absurdo, puesto que era ella quien quería ser engañada.Era eso lo que me liberaba de todo remordimiento.

Por otra parte, había descubierto algo que no me cuadraba. Aquella mujer había dicho que había acabado de llegar de Palenque, y que nunca había estado en Toluca. Esto, visto con la claridad de ideas y con la sereniddad que proporciona el aire fresco en el rostro y la satisfacción tras un buen polvo me pareció falso. Empecé a sospechar que la tal Gloria -si era que ése era su verdadero nombre- me había mentido; su acento no era sureño; e incluso después de haberla tratado tan de cerca, después de haber tenido su cara frente a la mía, creí que la conocía; que la había visto. Por último, aquella insinuación de que quizá mi esposa lo aprobaría.

Pese a las dudas, volvimos a vernos. No quise indagar acerca de ella; cómo se ganaba la vida ni dónde se hospedaba. Decidimos vernos todos los jueves a las cinco de la tarde en la misma habitación de hotel y pasar juntos una hora. Ello me obligaba a salir una hora antes del banco donde trabajaba, pero tenía el resto de la semana para recuperar el tiempo perdido; y, si por casualidad ese día Julia tenía una reunión, la pasión con mi amante se podía prolongar más allá de la hora estipulada. Entonces entendí a los asesinos seriales; también para ellos la primera víctima es la más difícil, pero ésta es el punto de inflexión. Después de la primera muerte, volver a matar es sencillo, ya sea apretando el gatillo o clavando el cuchillo. En mi caso no había gatillo ni cuchillo, pero sí una gran espada; y la única sangre derramada era la mía, convertida más bien en un sorbete de leche merengada que hacía las delicias de aquellas dos mujeres, mis víctimas y al mismo tiempo mis verdugos.

Cuando aquella mañana llegué a casa, Juliia aún no había salido, aunque ya le corría prisa; y yo tampoco iba sobrado de tiempo, la verdad. Tendría que alegar una indisposición en el banco. En cualquier caso, la actitud de mi esposa volvió a sorprenderme: no me preguntó qué había pasado aquella noche; se limitó a recibirme en la puerta de nuestro dormitorio y a abalanzarse sobre mí. Aquella muestra de amor, aquel frenesí alocado que la caracterizaba, anulaba mi voluntad. Ambos teníamos el tiempo justo, pero ella insistió en que nos metiéramos juntos debajo de la ducha. Ni la menor sospecha, ni el menor reproche. Sólo pasión.

Autor: Javier García Sánchez,

un bohemio romántico.

desde las tinieblas de mi soledad.

24-01-2021.

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