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Valencia, 18 de septiembre de 2020
A la atención de don Benito Pérez Galdós:
Buenos días, don Benito, allá donde quiera que se encuentre.
Aunque me he leído casi todos sus libros, lo cierto es que los que más me atraparon fueron los Episodios Nacionales, a pesar de que éstos parecen tener menos reconocimiento. Pero es lógico que ésta sea la parte de su obra más ninguneada, para tapar los dardos que usted lanzaba contra una iglesia y una monarquía que entonces –como hoy- expoliaban al pueblo. Y fue por el resentimiento hacia su persona que se opusieron a que recibiera el Nobel en 1913.
Ojalá pudiera transmitirle cuánto gocé con la primera serie. Más allá del tema histórico –que me fascinó-, quedé subyugado por la trama romántica que gira entorno a Gabriel Araceli; a sus andanzas y a su lucha denodada por rescatar a su amada Inés y hacerla su esposa; cómo siendo tan joven no le importó arriesgar su vida por esa mujer, su más bello ideal.
Pero, si la primera serie fue la más patriótica, por versar entorno a la guerra de independencia, las demás recibieron la repulsa del régimen, que sintió sus duras críticas. Primero hacia Fernando VII, quien al tiempo que se proclamaba defensor de la Constitución de 1812 pedía ayuda a las monarquías europeas; después, hacia su hija, Isabel II, tras la victoria de ésta en la guerra civil que la enfrentara a su tío. El tema de las guerras carlistas me entusiasmó; sobre todo la primera, cuando la balanza estuvo tan equilibrada. La figura de Zumalacárregui me causó mucha curiosidad. Y me pregunto qué habría sucedido de no haber muerto en el sitio a Bilbao; del mismo modo que me pregunto qué habría pasado de no haber sido asesinado Prim, ese hombre de hierro.
En el penúltimo libro de la quinta serie ya se vislumbra el desengaño por el fracaso de la ansiada revolución, después de que los Borbones conspiraran desde Francia con el apoyo de la poderosa red clientelar, con sólidas raíces en el ejército. Amadeo I, desesperado tras el asesinato de Prim, abdicó; y los republicanos, divididos entre unitarios y cantonalistas, catapultaron el golpe de Estado de Martínez Campos.
En 1923, poco después de que usted nos dejara, hubo un nuevo golpe militar, debido a la crisis económica, política y social que atravesaba el país; pero esta vez fue con la connivencia del propio Alfonso XIII, que temía por su corona y no tuvo más alternativa que confiar en el ejército.
Mas esto no fue suficiente para contener las tensiones, y en 1930 cayó la dictadura; y ésta, a su vez, arrastró a la monarquía, que había sido cómplice. Como resultado, el 14 de abril de 1931 se proclamó la II República en medio del entusiasmo popular. Como en 1868, los Borbones marcharon a Francia; y, como en 1868, conspiraron. En 1936 los militares se sublevaron jalonados por la Iglesia, que había visto peligrar sus privilegios con el gobierno progresista de 1931, cuando se prohibió la enseñanza a las órdenes religiosas. Continuaba así la tradición intervencionista de los militares inaugurada por Espartero, como usted mismo anunció.
El levantamiento fracasó, pues la República tenía el apoyo popular y el gobierno aglutinaba a las fuerzas de izquierda, sin la división que había en 1874. Ello desembocó en una guerra civil de tres años con un gran derramamiento de sangre -a diferencia de lo que sucedió en el siglo XIX- que culminó con la victoria de los sublevados y con la instauración de un régimen dictatorial. Hubo grandes hambrunas, debido al aislamiento internacional, y la Iglesia volvió a controlar la educación a través del Opus Dei.
En 1975 falleció el dictador, después de casi cuarenta años de terror, pero dejó el país al nieto de Alfonso XIII, sin que se nos diera la posibilidad de recuperar la República asesinada en 1936. Por suerte, la Iglesia salió de las aulas, pero sigue percibiendo una asignación por parte del Estado, y hay miembros del Opus en ambas Cámaras y en el poder judicial.
Por cierto: la supuesta separación de poderes que plantea la Constitución es una farsa; Montesquieu ha sido pisoteado. Los miembros del poder judicial son designados por los partidos con mayor peso parlamentario, algo que hace que sea muy fácil delinquir cuando se está en las altas esferas, máxime cuando en la cúspide de la trama está el rey, cuya figura es inviolable. De este modo se constituye en padrino de toda una mafia que lo protege para seguir robando al pueblo, tal como hacía en el siglo XIX. Porque, por supuesto, la monarquía está blindada; se precisa de una mayoría casi imposible para discutir el modelo de Estado. De manera que tras esta ficción de democracia se esconde una dictadura encubierta.
Todo esto es posible gracias al control de la prensa y al perfeccionamiento del sistema del turno mediante la inclusión de los partidos regionales, para acallar posibles voces críticas. Es decir: ha aumentado el número de actores en la farsa.
Alguna vez sale a la luz algo que se les escapa de las manos, como un caso en el que estaba implicado un yerno del rey. Para tapar las protestas se metió al individuo en una cárcel para él solo, con todas las comodidades, y con permisos antes de lo que marca la ley. El propio monarca –que ya ha abdicado en su hijo, para no perjudicarle el acceso al trono- evadió impuestos y se exilió a Arabia, país que le había pagado una cuantiosa suma de 16.600 millones de pesetas.
Uno de los partidos del turno, fundado por herederos de la dictadura y lleno de miembros favorecidos por aquel régimen, está imputado por corrupción, pese a lo cual no se ha ilegalizado. Y dicho partido tiene secuestrado al Consejo General del Poder Judicial desde hace más de año y medio, para impedir su renovación y que los jueces nombrados por ellos sean sustituidos por otros de corte progresista que pudieran condenar a los encausados en dichos procesos.
La conclusión es que la situación a lo largo de este siglo recién cumplido desde que nos dejó poco ha cambiado. La República de 1873 encontró su réplica en la de 1936, que también terminó asesinada por el ejército. Y en 1975, como en 1874, regresaron los Borbones. Por otra parte, la supuesta llegada de la democracia a partir de 1975 se vivió con el mismo entusiasmo que la Gloriosa en 1868; y en ambos casos se destruyeron las ilusiones del pueblo.
La principal diferencia es cómo se ha organizado hoy el capital y el rumbo que ha tomado la sociedad. Hoy ha avanzado mucho la tecnología; la gente vive más alienada, más ignorante, más manipulable. Hemos perdido el espíritu crítico; hoy nadie es capaz de protestar ni de pensar. No somos la sombra de lo que fuimos en 1868 ni en 1931. Hoy sólo somos una manada de dóciles borregos.
Un afectuoso saludo, don Benito. Confío en conocerle personalmente cuando descienda a las oscuras moradas del inframundo. Ya ve que aquí no ha perdido nada.
*Carta presentada al primer concurso de Cartas a Galdós, conmemorativo del centenario de su fallecimiento.