-Espera un momento; enseguida vuelvo.
Frieda se dirigió hacia la sala donde descansaba Klamm y llamó a la puerta con fuerza. Tras ello, sin aguardar respuesta, gritó:
-¡Oye, Klamm! ¡Quiero decirte que tú y yo ya no estamos juntos! ¡Me voy con el agrimensor!
K había oído aquellas palabras con una mezcla de orgullo y de temor. Frieda había dejado a su novio por él, un desconocido recién llegado al pueblo a quien todos miiraban con suspicacia. Aquello le halagaba; al fin y al cabo, era lo que había querido. Pero también le asustaba. ¿Qué repercusiones podía tener en su futuro? No podía olvidar que se trataba de su superior; era a él a quien dejaba Frieda. Y, si eso era motivo de orgullo para K, en la misma medida Klamm lo tomaría como una humillación.
Frieda regresó junto a K y ambos se tendieron en el suelo para pasar la noche. No era el lugar más cómodo para descansar ni para tener sexo, pero aquella noche se entregaron a la pasión durante horas. Una pasión que los dejó agotados y les ayudó a conciliar el sueño sobre esas frías tablas de madera. Fue un sueño breve, pero intenso. Cuando despertaron, con las primeras luces de la mañana, con los cuerpos desnudos abrazados y torpemente cubiertos por sus ropas, K observó con disgusto que sus ayudantes estaban frente a ellos y los observaban con esa sonrisa estúpida que ya había visto tantas veces. Frieda, no obstante, pese a ser mujer recibió aquellas miradas y aquellas sonrisas con indiferencia,casi con agrado. Se levantó y comenzó a vestirse frente a ellos sin el menor pudor, y K tuvo que hacer lo mismo.
Llegaron los primeros comensales. Era el momento de abrir la Posada, y el posadero se dirigió a Frieda para que se preparara, pero ésta le anunció su despedida. Grave contratiempo, que forzaría a cerrar la Posada durante otro día, mientras se buscaba a una nueva camarera.
K salió de la Posada junto a Frieda. Ésta le dijo:
-Vamos a la Posada del Pueblo. Conozco a la Posadera; es como una madre para mí. Ahí nos acojerán.
-¿En la Posada del Pueblo?
La noticia desagradó a K, que recordaba la mala experiencia del primer día; pero no había alternativa. Además: se sentía en deuda con aquella mujer. Por seguirle había renunciado a su trabajo y a su novio. Lo había arriesgado todo. Iban a ponerse en camino cuando oyó la voz de Barnabas, que llegaba corriendo y gritaba su nombre mientras sacudía un papel con la zurda:
-¡Señor agrimensor! ¡Le traigo otra carta del castillo!
Dijo, deteniéndose frente a K y extendiéndole la mano con el papel doblado. K lo cogió con la misma impaciencia que la primera vez , lo abrió y leyó:
«Al señor agrimensor:
Le notifico mi más sincera felicitación por las labores que hasta la fecha han realizado usted y sus ayudantes. Buen trabajo. Saludos cordiales del Conde Fritz.»
K se sintió desconcertado. Apartó la mirada del papel y dijo para sí:
«¡Esto es absurdo! No he realizado ningún trabajo».
-Necesito que le comuniques un mensaje al Conde -dijo, volviéndose hacia Barnabas:
«Al señor Fritz, muy honorable Conde del castillo:
Por desgracia debo comunicarle que ha habido un error. Hasta el momento no he podido iniciar los trabajos; no tenemos herramientas. Además, ha surgido un pequeño percance con mi superior jerárquico, el señor Klamm, y temo que ello me pueda ocasionar problemas.»
-¿Podrías llevarle este mensaje y traerme la respuesta que te dé a la mayor brevedad posible?
Autor: Javier García Sánchez,
un bohemio romántico.
Desde las tinieblas de mi soledad.
20/03/2021.