-Pero no puedes escaparte de clase, no está bien. ¿Qué vas a hacer cuando seas mayor si ahora no estudias? Además, aprender es divertido -decía Frieda, que devoraba con su fija mirada los ojos asustadizos de Hans-.
-Yo quería ver al señor -dijo el niño, mientras señalaba a K con su dedo rechoncho.
-¿Conmigo?
-Sí. Mi mamá está enferma. Está acostada; no se puede mover de la cama. Cuando mi papá no está delante, pregunta mucho por usted.
-¡¿Por mí -preguntó K extrañado-!? ¿Cómo es posible? Sólo me vio una vez, y fue a través del cristal de vuestra casa. Estaba amamantando a un niño; debía de ser tu hermanito. A tu papá sí que lo conocí. Fue muy amable conmigo; me llevó en su trineo hasta la Posada del Pueblo.
-A mi mamá le gustaría verlo.
-Bien. Pues dile que iré mañana a hacerle una visita.
-No. Mi mamá quiere verlo, pero mi papá no. Es por eso que el señor no puede ir a mi casa.
-¿Tu papá no quiere verme? ¿Y por qué no? Fue muy agradable conmigo ese día; y yo no le he hecho nada.
-No lo sé. Sólo sé que no quiere verlo.
-Y dime, Hans: ¿no sería posible que yo fuera hasta tu casa y me escondiera cerca de la puerta, en otra calle, por ejemplo, y que tú me avisaras cuando tu papá saliera? Así podría ver a tu mamá.
-No. Mi papá sale poco de casa. Y cuando sale regresa pronto. No tendría usted tiempo -respondió Hans con voz desconsolada.
-¿Siempre vuelve pronto? ¿Y no habría alguna manera de que estuviera fuera por más tiempo? ¿Y si le acompañaras? Entonces podrías entretenerlo.
-Pero si lo acompaño no podría avisarle cuando se fuera, y tampoco abrirle la puerta.
-Cierto. Pero podrías abrirme y luego salir corriendo tras él; decirle que tu mamá te ha enviado porque tenías que hacerle un encargo.
-Esntonces me dirá que ya ha recibido el mensaje y que regrese a casa para cuidar de mamá; y no podré entretenerlo por más tiempo.
-Puede que eso sea suficiente. Cuando esta tarde vuelvas a casa, dile a tu mamá que mañana iré a verla; ponte de acuerdo con ella para enviar a tu mamá a un lugar lo más lejos posible, de manera que se pueda demorar un buen rato en regresar; y cuando tú vuelvas a tu casa, yo me iré.
-Me da miedo, señor. Si mi papá le ve, le pegará.
-Pero tu papá no me va a ver, porque me iré antes de que llegue.
-¿Pero y si usted sale de casa y él lo ve por la calle, por ahí cerca? Sabrá que ha estado en nuestra casa, y entonces nos pegará a los tres.
Hans, hijo, estate tranquilo -dijo K, que lo miraba con los ojos muy abiertos y una amplia sonrisa para transmitirle confianza. Toda su soberbia había desaparecido; la inocencia de aquel niño había sacado su lado más bondadoso-. Te prometo que en cuanto llegues me despediré de ti y de tu mamá y me marcharé. Tu papá nunca sabrá que he estado en vuestra casa, y no pegará a nadie.
El niño, todavía inseguro y con miedo, miraba a K con la cara torcida, como con ganas de llorar. Temía que algo saliera mal. De todos modos, consintió.
-Bien. Y ahora haz caso a lo que te ha dicho esta chica tan guapa y vuelve a clase. Hasta mañana.
Autor: Javier García Sánchez,
un bohemio romántico.
Desde las tinieblas de mi soledad.
29/04/2021.