EL OTRO CASTILLO (XXX)

Hans ya se había marchado cuando Frieda tomó la palabra:

-Entonces, ¿irás a ver a esa mujer?

-Sí.

-¿Y quién es? ¿De verdad quieres que crea que no la conoces? Entonces, ¿por qué su esposo no quiere verte? ¿Por qué el chamaco tenía tanto miedo?

-¿Y yo qué voy a saber? Sé tanto como tú. Aunque, a decir verdad, lo raro sería que el esposo no me tuviera manía. Casi todos en este pueblo me la tienen. Es una costumbre muy rara.

-Pues a mí se me hace todavía más raro que una desconocida quiera verte y que su marido se oponga.

-Quizá sería más sencillo de entender si consideraras por un instante siquiera que desde que he llegado a este pueblo todo el mundo me mira con desconfianza; desde el hijo del vicealcaide ése hasta tu amada posadera -respondió áridamente K, que ya se sentía molesto por las desconfianzas de Frieda. Sabía atacar donde más dolía, irritado por las suspicacias-.

-¡No te metas con ella!

-¡Oh, vamos! ¡No empieces! Yo no me meto con nadie; yo sólo constato un hecho; y el hecho es que la posadera me detesta más que a las cucarachas de su tugurio. Y ahora tú me montas una escenita de celos que no me merezco. ¿Tanto te cuesta creer en mi palabra? ¿Es que acaso tengo algún motivo para mentirte? Te digo que estoy contigo porque te quiero. ¿Por qué no había de ser verdad? Lo que ha dicho ese chamaco me ha dejado tan desconcertado como a ti; pero tú, en vez de tener una plática normal, prefieres atacarme.

-Tienes razón. Peerdóname -dijo Frieda, que se sentó abatida, con la mirada caída hacia el pupitre y los ojos llorosos. K se acercó y hundió las manos en sus cabellos, empujando suavemente el rostro de ella hacia su cintura. Entonces el maestro volvió a entrar en el aula-:

-¡Les dije que no gritaran! ¡¿Pero qué es este desastre!? ¡No han limpiado todavía!

-¡Ya cállese y déjenos en paz! ¡Ahora vamos!

Lassemann se marchó colérico. K le dijo a Frieda:

-Cariño, ahora tengo que salir. Hace días que no tengo noticias de mi mensajero.

-¿Vas a ir a casa de los Barnabas -preguntó Frieda, alzando una mirada suplicante y húmeda-?

-Cariño, Barnabas es mi conexión con el castillo. Voy a verlo y estaré de regreso para la noche. Hasta entonces necesito que te hagas cargo de esto -dijo, con voz dulce, mientras se arrodillaba para darle un beso tierno en la frente, antes de buscar sus labios.

-La dejó desolada. Cuando salió halló a uno de los ayudantes correteando por el patio para entrar en calor. ‘Sólo está uno. El otro no andará demasiado lejos’, pensó K, que le mostró los puños en señal de amenaza cuando vio que el otro se le acercaba. Éste, amedrentado, se detuvo. Continuaba nevando con fuerza; eso le haría más difícil la ascensión. Ya se conocía el camino. En los pocos días que llevaba en el pueblo había tenido tiempo sobrado de recorrerlo. Al menos la dificultad le ayudaría a entrar en calor y a recogerse en sus pensamientos. Le hacía falta estar solo para refugiarse, después de toda la tensión vivida en las últimas horas.

Autor: Javier García Sánchez,

un bohemio romántico.

Desde las tinieblas de mi soledad.

03/05/2021.

Deja un comentario