La experiencia de aquel secuestro en que nos vimos envueltos nos unió mucho. Desde entonces Clarissa buscaba mi atención para que la llevara a los bares a tomar café, aunque más bien era vodka lo que le apetecía; y, por supuesto, su placer era mucho mayor desde el momento en que yo la invitaba. Esto se convirtió en norma desde los primeros días; no había ninguna duda de que sobre mí recaía una especie de obligación moral según la cual era mi economía la que tenía que desangrarse. Después de una tarde onerosa, la jornada finalizaba en mis aposentos, tras pasar por el supermercado a comprar la cenaa, con buenas dosis de alcohol; y, para acabar, después de escuchar un concierto de Rachmaninov con mis compañeras, se dormía en el sofá.
Pero aquellos días pronto fueron poco para tenerla contenta. Aleccionada por mis compañeras, pronto empezó a exigir salidas nocturnas para asistir a intercambios de idiomas, donde, además de practicar su fluidez con el inglés, pretendía conocer gente, sobre todo hombres; y yo, su acompañaante y pagador, era el idiota perfecto.Soporté estoicamente las humillaciones que me infirió por mi mal nivel en la lengua de Sexpir, y ella me ignoró durante la mayor parte del tiempo. En una de esas noches me aburrí mientras la veía flirtear con Piötr, un esloveno rubio y larguirucho. Cuando nos retiramos, al poco tiempo me dijo que quería irse con él y me pidió que le guardara el bolso donde cargaba con los apuntes para las clases que impartía. Piötr, al ver que me separaba de ellos, se quedó extrañado y preguntó la causa; tenía más vista que yo; sabía el problema que le esperaba.
En cualquier caso, aquella noche me fui solo a casa. Pero al cruzar la explanada que me separaba de mi finca, una patrulla de cosacos se me acercó a caballo y uno de los guardas me preguntó si podía examinar el contenido del bolso. Disgustado por el desprecio de aquella mujer que me ignoraba, humillado por su trato degradante, lo último que necesitaba era que una patrulla de cosacos fuera a importunarme. Denegué la posibilidad de darles a conocer el contenido del bolso. Ante tal respuesta, el comportamiento habitual de los guardas habría sido detenerme y hacerme pasar una noche en el calabozo, cuando no agredirme con las culatas de sus fusiles y robarme tras dejarme tendido en medio de un charco de sangre. Pero al menos en ese aspecto tuve suerte; se dieron cuenta de que habían topado con un pobre perturbado y se tomaron la molestia de darme explicaciones, sin faltar al correcto trato de vos. Según me dijeron, les llamó la atención verme cargado con aquel bolso y ataviado con una guerrera y pantalones de cuero; ello les causó desconfianza. Amansado por su trato afable, recuperé la sensatez; consideré la buena suerte que había tenido y, antes de proferir otro exabrupto de imprevisibles consecuencias, les cedí el bolso; lo examinaron durante breves segundos y me lo devolvieron intacto.
Después de aquella noche tan accidentada, al día siguiente recibí carta de Clarissa a primera hora, solicitando un nuevo encuentro para la tarde. Y, tal como había hecho hasta entonces, acepté verla y volver a esa vorágine de gasto descontrolado. Según me dijo, con una mezcla de orgullo y de vergüenza, se acostó con el esloveno; y yo, el idiota que ponía el dinero, no tenía ninguna posibilidad de tener ssexo con ella. Sin embargo, Piötr sabía que trataba con una desequilibrada; para él no era más que algo físico, y nunca la busco; y ella, hambrienta de sexo, le escribió con una desesperación que nunca antes había visto.
Autor: Javier García Nninet,
un bohemio romántico.
Desde las tinieblas de mi soledad.
05-04-2021.