DEBILIDADES

Hace años me placía sentir la debilidad de mi propio cuerpo; notar cómo los miembros se me aflojaban en plena calle, cómo la sombra de la muerte me acechaba en todas las esquinas. A decir verdad, es un idilio que no ha terminado; es, más bien, un largo cortejo, donde la manida y astuta anciana día a día teje incansable su tela de araña. Debo admitir que lo hace muy bien; que, si de niño, cuando tanto la temía, me escapé con esfuerzo de sus garras, hoy veo ese instante como una hermosa oportunidad perdida. Podría haber huido de una existencia aciaga y convulsa, abocada a continuas frustraciones y a un perpetuo errar y a lamentarme por una vida que desde sus inicios fue truncada.

En la adolescencia ya sentí el anhelo de la muerte; ya barajé el suicidio como una salida. Aún sin haber leído a Hamlet, sin saber siquiera de la gran novela, ya hacía mías las palabras del príncipe de Dinamarca. Pero siemp;re con propio miedo a la despedida, a escapar del mundo. Ardía en mi interior la rabia por no haber gozado siquiera una mínima parte; por haber sido tan cruelmente maltratado por el destino, pese a no haber hecho nada para merecer tal abuso. Rebelarme contra la vida, protestar por mi suerte. Gracioso; como si la vida fuera un ente con personalidad. Pero así lo veía -y aún hoy a veces protesto de esa manera, por absurdo que parezca-; pero es que, como diría Woody Allen, yo no pedí esto; y, si se me da, no quiero las migajas de una existencia miserable, privado de la posibilidad de disfrutarla.

Después de sobrevivir con duros esfuerzos durante décadas, hoy soy consciente de que en mi cerebro habita una bomba de relojería, que estallará en cosa de tres años; eso es apenas un suspiro. Prefiero no pensarlo, pero constantemente esta idea acude a mi memoria. Ahora bien: mi cuerpo está plagado de defectos; noto que cada vez tolero menos los alimentos, que me cuesta recobrarme de las lesiones; y hace años que no consigo dormir ocho horas, y aún menos seguidas.

Hace unos días empecé a notar una sensación que me recordó a la que sentí hace unos diez años, cuando comencé a sentir aquellos desmayos por las calles. Esta vez ocurrió en casa. Esa debilidad se produce ahora de nuevo con bastante frecuencia; a veces me dura todo el día. Puede que sea fruto de la falta de sueño, del descanso incompleto; mas el caso es que percibo la cercanía del final. No sé cómo acogerlo, la verdad. Por una parte, es una liberación; mas, por otra, como ya dije, siento arder en mi interior la rabia por marcharme sin haber gozado un poco siquiera. Ahora, tras conocer a la mujer más maravillosa que existir pudiera, cuando tenerla me parece un sueño tan cercano y tan lejano, de nuevo noto que la vida se me escapa; que no hay manera de frenar el cronómetro.

Hace unos días pensaba en estas cosas y otras parecidas. Siempre me ocurre cuando oigo hablar de la protección a la infancia o de niños que se suicidan por no poder soportar el acoso escolar. ¿Por qué tuve que sufrir yo el acoso que sufrí? ¿Y por qué me faltó el valor para suicidarme? Cada vez que veo casos de adolescentes que se suicidan empatizo con ellos, porque pasaron por lo mismo que yo, con la diferencia de que ellos tuvieron un valor que a mí me faltó. Además: siempre se ve con ternura a una criatura o a un adolescente; en cambio, a medida que la persona que lo pasa mal o que acaba con su vida, el sentimiento se troca por el de la indiferencia; la muerte a esas edades se acepta como algo normal.

Quizá debí hacerlo en su día. Hoy la anciana ya está en la puerta de mi casa, sin que la haya llamado.

Autor: Javier García Ninet,

un bohemio romántico.

Desde las tinieblas de mi soledad.

31/10/2021.

2 comentarios en “DEBILIDADES

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