¡QUE VIENEN LOS RUSOS!

En esta película, que vi hace unos meses, se desata el pánico en una localidad de Inglaterra cuando los integrantes de un submarino soviético desembarcan en la costa de la pérfida Albión por haberse quedado sin combustible, pero los habitantes sufren un ataque de histeria, pensando que han sido invadidos por un gran ejército ruso.

Más allá del argumento y de la calidad de la película -bastante mala, por cierto-, lo que aquí se refleja en clave de comedia es cómo el pueblo se deja dominar fácilmente por los más mierda, que a su vez obedecen a dictados superiores. El ruso visto como el temible enemigo, del mismo modo que a día de hoy podrían serlo los chinos o los árabes; o como lo fueron, por qué no recordarlo, los marcianos en aquella famosa alocución de Orson Wells. ¡Aquello sí que fue maravilloso! El pánico que se desató entonces no fue ficticio, sino real. ¡Lástima no haberlo visto!

Siempre se ha buscado crear chivos expiatorios; gente a la que se culpaba de desgracias, o simplemente se las estigmatizaba por ser diferentes u opinar de manera distinta. Ahí están las cazas de brujas de la Edad Media; ahí está la Inquisición; u otra caza de brujas, la que llevó a cabo McCarthey contra personalidades de la cultura que simpatizaban con el comunismo.

A día de hoy el estigma recae sobre otro colectivo: aquéllos que se niegan a vacunarse contra el coronavirus. Hay una fuerte presión mediática para que cedan; se les tacha de egoístas, de poner en peligro a los demás… Se emplea una lógica que pretende hacerlos responsables, hasta el punto de, casi casi, llamarles asesinos. O sin el casi; porque eso es lo que solapadamente dicen muchos políticos; y eso es lo que abiertamente afirman muchas personas. No importan las razones que llevan a alguien a no vacunarse, que podrían ir desde motivos religiosos a escrúpulos por no querer servir de cobayas de la poderosa industria farmacéutica, pasando por teorías conspiranoicas; tampoco importa la libertad que supuestamente gozan los ciudadanos sobre sus propias vidas y sobre sus cuerpos. Todos somos uno; no hay posibilidad de salirse del redil. Es decir: hay posibilidad de elección, siempre que se elija lo que los poderes nos mandan elegir. En cuanto surge una oveja negra, si no se la puede encauzar por medios legales, los más mierda van a estar siempre a punto, como perros fieles, para hacerles la vida imposible; para tacharlos de terroristas; pues, según la lógica aplicada por ellos, quien no se vacuna está más expuesto a contraer el virus y a contagiar a otros. Eso genera muertes y terror; ergo: el no vacunado es un terrorista.

Alguien que estuviera en contra de vacunarse podría contraargumentar que el egoísmo es propio de quienes quieren imponerle; que él es tan dueño de su vida como los demás de las suyas. El problema es que esa persona no tiene voz; ese colectivo es un grupo al que, por unas u otras razones, conviene exterminar.

Si la oveja negra no cede, hay que apretar el yugo. Ahí entra en juego el pasaporte, sin el cual el individuo no podrá acceder a determinados espacios. Es una medida dura, pero aún podría serlo más. La Comisión Europea estudia saltarse todas las libertades e implantar la vacunación obligatoria. Poco sorprende, habida cuenta de las declaraciones de determinados políticos españoles abogando por la misma. Es un paso más en esta degeneración de la democracia, en esta oclocracia, en esta dictadura solapada donde se impone el pensamiento único y donde se criminaliza al diferente.

Autor: Javier García Ninet,

un bohemio romántico.

Desde las tinieblas de mi soledad.

04/12/2021.

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