MI DULCE LOCURA

Quisiera decirles cómo es ella. Si ustedes la conocieran… Quisiera hallar las palabras exactas para referirme a esa persona tan especial y cautivadora; expresarme de una manera tal que pudiera hacerles entender quién es y lo que para mí significa. Pero claro, ¿cómo hacerles saber lo que he vivido?, ¿cómo comunicarles mis sensaciones, mis sentimientos? Imagino que si lo intentara me daría de bruces con un estruendoso fracaso; tan estruendoso como una roca gigantesca que se despeña de mil metros de altura y queda hecha añicos tras caer a tierra; tan estruendoso como un meteorito que de repente impactara contra nuestro planeta y nos exterminara a todos nosotros y a la mayor parte de la fauna y la flora terrestres. ¡Qué resultado tan vergonzoso! Bueno… Quizá no empleé el término adecuado. Vergüenza, ¿por qué? ¿Por no poder comunicar a otros lo que siento? Eso no es un motivo para sentir vergüenza. Un motivo para sentir vergüenza sería, por ejemplo, orinarse encima delante de desconocidos; o quedarse en blanco en medio de un discurso; o admitir que se es admirador de Coelho.

Pese a todo, se me antojaría frustrante no poder comunicar cómo es; no compartir con otros ese secreto que, una vez proferido, dejaría de serlo. O más bien serían las propias palabras; no veo cómo pueda comunicar dicho secreto. Es decir: el secreto es lo que se encuentra en el trasfondo de dichas palabras.

La conocí hace ya la friolera de seis años. Pronto me sentí encandilado por su verbo, por su palabra delicada, por su gesto amable, siempre solícita ante mis comentarios, dispuesta a escucharme y a ayudarme a salir del abismo donde me hallaba. Era toda ella como una mano invisible que tirara de mí para sacarme de aquel agujero sin esperar nada a cambio; tan sólo porque le nacía, porque era lo que deseaba: agarrar mi alma moribunda, aunque no la conociera, y arrancarla de esa sima donde se hallaba presa.

Creo que ahora comprenderán mejor mi temor: Cuando vi lo que les estoy contando: cuando vi que un hermoso ángel había adquirido forma humana y que me había correspondido la inefable dicha de conocerlo, al principio no lo creí; sentí incredulidad, miedo. Imagino que a cualquiera de ustedes les hubiera sucedido algo parecido; habrían reaccionado de una manera similar a como yo lo hice: no habrían dado crédito a sus hojos. Y es que entonces, habituado a vivir entre tinieblas y rodeado de lúgubres sombras, actué como el prisionero que fue liberado de sus cadenas y llevado contra su voluntad fuera de la caverna. Acostumbrado desde la infancia a un mundo de fantasmagorías, me espantó la luz del sol, el brillo que resplandecía de aquella mujer con cada palabra por ella pronunciada. No cabía en mi entendimiento que alguien así pudiera existir, que ella fuera real; por eso me rebelé y traté de huir de mi bienechora para ampararme en la oscuridad.

Al menos en mi caso conseguí salir de mi error y ver cara a cara esa luz sin que me cegara su resplandor. Fue un proceso un tanto arduo, no exento de sufrimiento, pero que al final se saldó con un resultado satisfactorio.

Pese a todo, tampoco puedo decir que haya salido del todo de ese pozo donde he pasado tantos años. El tiempo va echando sus raíces, que es como decir tentáculos. Uno nunca acaba de despegarse de esa oscuridad tan penetrante; al final sus fantasmas lo acompañan allá adonde vaya. Conocerá momentos de dicha, pero serán habitualmente interrumpidos por estados de ansiedad y tenderá al aislamiento.

De todos, modos, eso no excluye que exista un ángel como al que me he referido. Ahora bien: ¿Quién puede creer en mis palabras sin haberla conocido? La reacción más habitual sería la de tildarme de exagerado, de loco romántico, de enamorado sin cabeza y otras lindezas que acaso también merezca. Es cierto que si me hallara privado de razón no sería capaz de percatarme de ello; y más bien sería yo quien, obcecado, tacharía a los demás de energúmenos. La única salida que veo es que la conozcan. Mientras tanto, si es cierto que me hallo enajenado, prefiero seguir disfrutando de mi dulce locura.

Autor: Javier García Ninet,

un bohemio romántico.

Desde las tinieblas de mi soledad.

19/12/2021.

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