Todos los años la misma hipocresía. Y, ¿cómo no?, siempre hay incautos, ingenuos o simplemente idiotas que necesitan creerse una historia que está bien para niños que aún no han aprendido a razonar o que todavía tienen esa inocencia que les hace gozar de la vida; pero un comportamiento semejante aplicado a adultos llegar a ser por lo menos soez, denigrante y patético; claro que, cuando dicha conducta afecta a una aplastante mayoría, estos calificativos quedan diluidos en la nada, puesto que actuar como lo hace la masa es lo que se convierte en norma; mientras que guiarse por el sentido común y ser capaz de apreciar todo el gran negocio y toda la tremenda farsa que envuelve estas fechas está penado con el ostracismo. A uno lo tachan de negativo y tienden a apartarlo de sus vidas como algo nocivo, algo que puede afectar a su estabilidad mental.
Vista así, la actitud de la masa, ese cuerpo amorfo compuesto por seres sin personalidad, incapaces de salirse del redil «bienpensante», de desobedecer a los demás y de desviarse un ápice del camino que recorren sus congéneres, es perfectamente entendible. La chusma, en su deseo por sobrevivir, se adapta e interioriza los valores de los otros hasta hacerlos suyos; por eso no los cuestiona ni de pensamiento, siquiera. Es más fácil renunciar al pensamiento, acatar dócilmente. Y cuando llega una época en que se predica amor y consumismo a toda costa, las serviles y obedientes ovejas acatan con alegría y entusiasmo esas palabras. No importa que tengan poco dinero, que deban apretarse el cinturón; ahorrarán durante todo el año si hace falta para permitirse una comida y una cena lujosas, aunque deban gastarse un dineral. Si las familias acomodadas lo hacen, ellos también; y si el vecino lo hace, yo no voy a ser menos. Y en ese afán de ostentación, de vanidad, se dejan arrastrar para demostrar que no son menos.
Es una época de amor y perdón. ¡Qué triste tener que esperar a un día en concreto para reunirse con personas a quienes supuestamente se quiere y a quienes se les hace un obsequio simplemente por ser tal día! Durante el resto del año son capaces de no dirigirse la palabra; de no efectuar una simple llamada. Y, de repente, un amor repentino surge un día, tan efímero que se olvida pasadas unas horas, una semana como mucho.
Y todas las cadenas televisivas bombbardearán a diario con la importancia de compartir, de demostrar a los seres «queridos» cuánto se les quiere. Y esas mismas cadenas, con toda su hipocresía y con todo el negocio que hay detrás, dedicarán varios minutos, una noche en concreto a emitir un discurso grabado por un señor que se presenta como adalid de la justicia, y casi como «lord protector», pese a estar sentado en su mullido sillón simplemente porque su padre lo ha querido; porque su único mérito es el de ser hijo de, el de haber nacido en una de las familias que dominan la Nación desde hace siglos. Y la gente lo verá; algunas personas hasta se emocionarán, como se emocionan las beatas al ir a misa y ver un trozo de madera con forma humana -aunque quizá habría que pensar que detrás de todo no hay más que un símbolo fálico-; tendrán sus palabras como muy justas y acertadas; y no pensarán que no es más que un actor que está leyendo lo que otros le han escrito convenientemente para adular los oídos de los espectadores; no pensarán que su padre está fugado mientras se archivan las múltiples causas que hay contra él por evasión fiscal, porque los dos principales partidos del país bloquean cualquier posible investigación sobre sus cuentas; no pensarán que su padre llegó al poder por nombramiento de un dictador sanguinario; no pensarán que el señor que hay frente a la cámara, junto con toda su familia, nos cuestan millones de euros a todos los españoles.
Pero la masa es así. Es mejor no pensar, no tener criterio propio. Los ignorantes serán siempre más felices, porque no se percatarán de su opresión ni de su miseria; tendrán una existencia patética, donde admirarán al delincuente como a su benefactor y repudiarán a quien ose desafiar sus valores como al ser más maligno; y adorarán la mierda como si fuera oro. Así pues: bienaventurados los asnos, porque suyo será el reino de los cielos.
Autor: Javier García Ninet,
un bohemio romántico.
Desde las tinieblas de mi soledad.
25/12/2012.