-Buenos días. Esta mañana cuando me levanté había dos agentes en mi casa; yo no les había abierto la puerta, ni aún menos les había invitado a entrar; pero estaban ahí. Estaban sentados en la cocina, bebiéndose tranquilamente mi café. De todos modos, a pesar de la desfachatez con que se comportaron sus agentes, para mi pesar no es de ese asunto del que he venido a hablar, sino de otro muy distinto que me concierne directamente. Y es que sus agentes, los mismos que allanaron mi casa, me informaron de que se ha incoado un procedimiento contra mi persona; lo que no me dijeron fue en base a qué.
-Señor, usted debería saberlo.
-Pues no; no lo sé. No sabía que estaba procesado hasta hace apenas una hora, y no creo haber cometido ninguna irregularidad; durante todos mis años de servicio he desempeeñado mis funciones con una escrupulosidad impecable.
-Pues al parecer no ha sido tan impecable. De lo contrario, usted no estaría procesado.
-Señorita, le repito que no sé de qué se me acusa; y es de ello de lo que he venido a informarme.
-Lo lamento mucho, señor, pero aquí no tenemos esa clase de información. De todos modos, como ya le he dicho, usted debería saber de qué es de lo que se le acusa. Lo que debe hacer ahora es poner su caso en manos de un abogado para llevar a cabo su defensa.
-¡Y yo le repito que no tengo la menor idea de qué es de lo que se me acusa! ¡¿Me puede decir cómo puedo iniciar mi defensa, cuando nadie me notifica el motivo del procedimiento!?
-Señor, haga el favor de bajar la voz y de mantener la compostura. Ya le he dicho que aquí no tenemos esa información. Lamento mucho no poder serle de utilidad. Si quiere, continúe hasta el fondo del pasillo y suba unas escaleras. Quizá ahí puedan atenderle.
Colérico, K se marchó sin despedirse. Caminó a lo largo de un angosto y frío pasillo, solitario y oscuro. El procedimiento en sí le tenía sin cuidado. Tal como había dicho, a lo largo de su carrera había sido un funcionario ejemplar; nadie había tenido nunca ninguna queja. Más allá de tener la conciencia tranquila, se sabía vencedor de cualquier proceso. Aquello debía de ser tan sólo un desafortunado malentendido; pero aún debía aclararlo. Lo más molesto era salir a la calle o acudir a su puesto de trabajo y ser preguntado por su situación, cómo se sentía; o, peor aún, las miradas reprobadoras de algunas personas que, por saberlo procesado, lo condenaban de antemano, sin juicio mediante.
Subió las escaleras que le había indicado la mujer y se dirigió a otro mostrador. Por los conductos de ventilación circulaba un aire gélido que le hizo estremecerse.
-Buenos días. Esta mañana se me ha informado de que se ha abierto un proceso contra mi persona, pero no se me ha comunicado la causa. Vengo a informarme de ello a fin de llevar a cabo mi defensa.
-Lo siento mucho señor, pero no tenemos conocimiento de ello. De todas formas, si se le ha abierto un proceso, usted debe de saber la causa.
-¡Pues no! ¡No tengo la menor idea! ¡¿O acaso cree que perdería mi tiempo en venir hasta aquí si lo supiera!?
-Cálmese, por favor, le ruego que baje la voz y mantenga las formas.
-¡¿Pero cómo quiere que me calme!? ¡Se me comunica que estoy procesado y no se me dice la causa! ¡Vengo a preguntar y nadie sabe nada! ¡Y lo peor: me declaran culpable por el mero hecho de que se me haya abierto un procedimiento! ¡Que debería saberlo! ¡Pues no tengo la menor idea!
-Pues lo lamento mucho, caballero, pero aquí no podemos ayudarle. Lo único que puedo aconsejarle es que se ponga en manos de un buen abogado.
Autor: Javier García Ninet,
un bohemio romántico.
Desde las tinieblas de mi soledad.
05/12/2022.