Estoy acabando de ler El universo o nada, una obra de la gran Elena Poniatowsa. Más allá de la calidad literaria del libro, quisiera subrayar la importancia del mismo. No es una novela; es mucho más que eso: es la biografía de Guillermo Haro, que compartió veinte años de su vida junto a la afamada reportera. Ahora bien: ¿Quién fue Guillermo Haro? Seguramente muy pocos sabrán a día de hoy que se trata del astrónomo más reputado que tuvo jamás México, un auténtico nacionalista, que luchó porque en su país la ciencia se abriera paso y México saliera de su situación de atraso y de dependencia respecto a otros países, como Estados Unidos, sobre todo. Haro luchó sin complejos; nunca se arrugó ante ningún güerito que se le arrimara con su chaqueta fúnebre con las barras y estrellas estampadas hablándole en inglés; jamás se tuvo por inferior a los gringos, y procuró que sus alumnos tampoco se sintieran así, formándolos tanto en Estados Unidos como en la URSS, en el famoso observatorio de Armenia, adonde él mismo acudió en numerosas ocasiones. Empezó como director del observatorio de Tacubaya, pero más adelante abrió otro en Tonanzintlla; y aún inauguró un tercero en Baja California, un lugar con un emplazamiento más adecuado, por hallarse más alejado de la contaminación; y aún dos años antes de fallecer fundará otro más: el gran observatorio emplazado en la ciudad de Cananea, en el Estado de Sonora.
De su entereza moral da idea el hecho de que, siendo de origen noble, su apellido era de Haro; mas él, empatizando con las clases media y baja, renunció al uso de la preposición. De hecho, en todo momento se mostró como una persona cálida y atenta con los más humildes; le encantaba dormir en las aldeas con los indígenas, que le estaban agradecidos por sus atenciones. Era el primero en acometer los trabajos más duros, para dar ejemplo; y no le importó tomar la pala para motivar a los obreros que alisaban el terreno donde se construyó el observatorio de Sonora.
Ignoro cuál sea a día de hoy la situación de la astronomía mexicana; sólo sé que Haro hizo todo lo que pudo por ella. Era un intelectual comprometido, que no dudó en manifestarse junto a muchos otros tras el desembarco de los gringos en Bahía Cochinos, a raíz de lo cual se le prohibió la entrada a Estados Unidos. Preocupado por la mala calidad de la educación en su país, luchó porque se alcanzara un nivel de mayor exigencia para conseguir una mayor formación en el alumnado. Chávez, un rector de la UNAM amigo suyo, que comulgaba con sus ideas, trató de aplicar dichas reformas; tras lo cual, los alumnos de derecho, indignados, se amotinaron; sitiaron al rector y a los decanos y le obligaron a firmar su renuncia. El presidente de la República, Díaz Ordaz, se negó a intervenir; le convenía que un rector progresista se hundiera. Aquello fue vergonzoso. Años más tarde, en 1968, los estudiantes volvieron a manifestarse, en esta ocasión contra el propio Díaz Ordaz; aquello dio lugar a la matanza de Tlatelolco, que indignó a Haro.
Pero claro: hoy día nadie o apenas nadie conocerá a Guillermo Haro, como yo mismo lo ignoraba hasta hace una semana. Los más mierda se encargan de tapar a ciertas personalidades. Es preferible mantener al pueblo ignorante, para que sea más dócil y manejable. Si Guillermo Haro hubiera sido un futbolista de renombre, del estilo de Maradona, su nombre habría dado la vuelta al planeta, sin importar que hubiera fallecido hace cuarenta años; se le habría perdonado que hubiera sido un drogadicto, con tal de que hubiera sabido meterla. Pero es que no sólo es que no era futbolista; no es sólo que fuera astrónomo. Es que, para colmo, era mexicano. Eso no se puede perdonar. Si hubiera sido gringo o británico, o japonés, o ruso, o chino, todavía. Hoy sabemos de Einstein, de Freud, de Madame Curie; son nombres que por lo menos nos suenan (salvo a Froilán y gente por el estilo). ¡Pero un mexicano…! Obviamente, lo digo con toda la ironía. México es un gran país, al que cada día admiro más. No sólo por su pasado prehispánico, con las pirámides de Chichén Itzá y de Teotihuacán; con toda su mitología y la historia de los mayas, por ejemplo. ¿Acaso los gringos, que tanto se vanaglorian de ser la gran potencia hegemónica, han dado escritores tan brillantes como Octavio Paz, Carlos Fuentes, Juan Rulfo o Fernando del Paso -con todos los cuales llegó a tener trato Guillermo Haro, por cierto-?
Pero vivimos en un mundo donde lo que priva es el espectáculo, crear semidioses para mantener idiotizada a la masa. Y eso se manifiesta en los deportes y en la promoción de programas de música y de cocina. Los más mierda están llenos de estos tres elementos; la presencia de la ciencia y de la literatura es marginal, por no decir nula. Se busca que el elemento Froilán sea el dominante, y se ha conseguido con creces. Yo soy un ignorante en cuestión de ciencias y de matemáticas, lo admito; mas no por ello ddejo de maravillarme cuando veo a alguien ducho en estas materias, y procuro atenderle, por más que se me escape el 99’9% de la información. Lo principal sería que la gente se interesara y se alejara del mundo de ignorancia donde nos mantienen bien controlados. Pero claro… Eso ya es demasiado pedir. Froilán lo domina todo.
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–En México, Hugo, la democracia no puede existir porque no hay democracia cultural. ¿Qué puede lograrse si un individuo no sabe leer ni escribir? No puede votal. Y elecciones es elegir, ¿cómo puede elegir? ¿Qué sabe de un programa político? A la democracia económica le es indispensable la democracia educativa. El campesino que acabamos de saludar junto a la iglesia no tiene el nivel económiico que pueda defender su decisión. ¿Qué defiende un pobre sin salario? ¿Cuál puede ser su interés en candidato alguno? Además, ¿cuál candidato, si sólo hay uno? Estamos muy lejos de lo quee significa la democracia, y todos los días vemos injusticias quee sabemos el gobierno no va a remediar.
*Fragmento de una conversación de Guillermo Haro con Hugo Margáin, su mejor amigo.
Autor Javier de García y de Ninet,
un bohemio romántico.
Desde las tinieblas de mi soledad.
30/01/2022.
Excelente.
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Muchas gracias, mi amor. Agregué una cita del libro. Te amo, preciosa mía.
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