ANIVERSARIO ESPAÑOL, POR OCTAVIO PAZ

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La fecha que hoy reúne a los amigos de los pueblos hispánicos preside, como un astro fijo, la vida de mi generación. Luz y sangre. Así, permitidme que recuerde lo que fue para mí, y para muchos de mi edad, el 19 de julio de 1936. Nada más distinto de tener veinte años en 1951 que haberlos tenido en 1936. Yo era estudiante y vivía en México. En aquella época todo nos parecía claro y neto. No era difícil escoger. Bastaba con abrir los ojos: de un lado, el viejo mundo de la violencia y la mentira con sus símbolos: el Casco, la Cruz, el Paraguas; del otro, un rostro de hombre, alucinante a fuerza de esculpida verdad, un pecho desnudo y sin insignias. Un rostro, miles de rostros y pechos y puños. El 19 de julio de 1936 el pueblo español apareció en la historia como una milagrosa explosión de salud. La imagen no podía ser más pura: el pueblo en armas y todavía sin uniforme. Algo tan increíble e inaudito y, al mismo tiempo, tan evidente como la súbita irrupción de la primavera en un desierto. Como la marcha triunfal del incendio. El pueblo -vulnerable y mortal, pero seguro de sí y de la vida. La muerte había sido vencida. Se podía morir, porque morir era dar vida. Cuerpo mortal: cuerpo inmortal. Durante unos meses vertiginosos, las palabras, gangrenadas desde hacía siglos, volvieron a brillar, intactas, duras, sin dobleces. Los viejos vocablos -bien y mal, justo e injusto, traición y lealtad- habían arrojado al fin sus disfraces históricos. Sabíamos cuál era el significado de cada uno. Tanta era nuestra certidumbre, que casi podíamos palpar el contenido, hoy inasible, de palabras como libertad y pueblo, esperanza y revolución. El 19 de julio de 1936 los obreros y campesinos españoles devolvieron al mundo el sabor solar de la palabra fraternidad. Desde México veíamos arder la inmensa hoguera. Y las llamas nos parecían un signo: el hombre tomaba posesión de su herencia. El hombre empezaba a reconquistar al hombre.

El rasgo original del 19 de julio reside en la espontaneidad fulminante con que se produjo la respuesta popular. La sublevación militar había dislocado toda la estructura del Estado español. Despojado de sus medios naturales de defensa -el ejército y la policía-, el gobierno se convirtió en un simple fantasma: el del orden jurídico frente a la rebelión de una realidad que la República se había obstinado en ignorar. El gobierno no tenía nada que oponer a sus enemigos. Y en este momento aparece un personaje a quien nadie había invitado: el pueblo. La violencia con que irrumpió y la rapidez con que se apoderó de la escena no sólo sorprendió a ssus adversarios, sino también a sus dirigentes. Las asociaciones populares, los sindicatos, los partidos y eso que la jerga política llaman «el aparato» fueron desbordados por la marea. En lugar de que otros, con su nombre y su sangre, hicieran la historia, el pueblo español se puso a hacerla, con sus manos y su instinto creador. Desapareció el coro: todos habían conquistado el rango de héroes. En unas cuantas horas volaron en añicos muchos esquemas intelectuales y mostraron su verdadera faz todas esas teorías, más o menos maquiavélicas y jesuíticas, «acerca de la técnia del golpe de Estado» y la «ciencia de la Revolución». De nuevo la historia reveló que tenía más imaginación y recursos que las filosofías que pretenden encerrarla en sus prisiones dialécticas. Lo que ocurrió en España el 19 de julio de 1936 fue algo que después no se ha visto en Europa: el pueblo, sin jefes, representantes ni intermediarios, asumió el poder.

*Fragmento de un discurso dado por Octavio Paz el 19 de julio de 1951 en París ante republicanos españoles.


El único detalle que quisiera puntualizar es que Paz ignora que el pueblo español ya dio muestras de heroísmo cuando en 1812 se alzó contra el dominio napoleónico. Fue un hecho insólito; constituyó el inicio de la caída del gigante corso, que hasta ese momento parecía invencible. De hecho, refiriéndose al pueblo español, Napoleón diría que «había actuado como un solo hombre», en referencia a la unidad y determinación que mostró. Lástima que ese herísmo no se manifieste contra los Borbones. Aunque bueno… Hubo unidad contra Fernando II El Indeseable (me niego a emplear el numeral VII, que pretende seguir la línea dinástica de Castilla, ninguneando a la de Aragón) y contra Alfonso II (mal llamado XIII); pero nada contra JC I, el sucesor de Franco. Claro, que él se revistió de un barniz democrática y salvador que nubló las mentes.

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