EL CRIMEN

*

La cabeza del hombre se desplomó sobre el escritorio. Era un varón de edad avanzada, como podía apreciarse por la flacidez de una piel blanquecina, ya fría, y por esa frente despejada, sólo adornada por unos pocos mechones albos en las sienes. En el momento de caer, con los párpados cerrados en un rictus de dolor, había aplastado una hoja manuscrita que ante él había, y donde había estado escribiendo hasta momentos antes del incidente. La zurda aún sostenía la pluma, que había llegado a tiempo de escribir el último punto y cerrar la enésima frase de aquella historia; la diestra, en cambio, colgaba inerte. El torso desnudo permitía apreciar bien el agujero que había dejado la bala al impactar contra aquel cuerpo robusto; un impacto certero, a la altura del corazón.

No lejos del ilustre caballero, a tres metros, junto a la puerta, la policía había hallado el cadáver de otro sujeto. Éste yacía tendido en el suelo, con las piernas juntas y el brazo derecho pegado al cuerpo; el izquierdo, en cambio, estaba extendido. La zurda sostenía una pistola, que apuntaba directamente al otro. Los análisis de balística confirmarían que se trataba del arma homicida; que de ahí salió el proyectil que acabó con la vida del afamado literato. Sin embargo, el caso, lejos de resolverse, todavía arrojaba varios interrogantes: Nadie reconocía al asesino, de quien ni siquiera se hallaron documentos; nadie podía dar información sobre su nombre ni decir a qué se dedicaba o dónde se alojaba. Los investigadores no encontraron ninguna cartera en los bolsillos; y, lo más desconcertante, ni siquiera encontraban una herida en aquel cuerpo fornido que 

Ahora estaba tan muerto como el de la víctima. Sin el menor indicio sobre su identidad, tampoco daban con el vínculo que lo unía al otro, y el móvil que lo había llevado al asesinato continuaba siendo un misterio.

Los policías se acercaron con cautela al escritorio, por si la propia sombra del literato les pudiera brindar un poco de luz. Se movían con un respeto casi religioso, acaso por protocolo; acaso por sincera admiración hacia el reputado novelista. Por otra parte, desplazarse por aquella buhardilla se hacía un tanto complicado; el suelo tenía dispersos varios volúmenes que su propietario había dejado tirados con descuido, mezclados con ropa sucia. A ello se unía el ambiente enrarecido de la estancia; las estanterías, a parte de los numerosos libros que las poblaban, estaban atestadas de polvo; un polvo que se unía a los restos del cigarrillo que minutos antes estaba encendido. Chifladuras de loco, consecuencia de un carácter demasiado excéntrico; todo genio tiene algún tornillo de menos, se dijeron los agentes, disculpándolo con benevolencia. Los muertos siempre gozan de cierta indulgencia, en especial cuando están cubiertos por la aureola de la fama.

Sobre el escritorio había un lapicero con un par de plumas. En una esquina, el flexo permanecía encendido con una luz blanca que iluminaba un puñado de folios sujetos por uno de los laterales por el cenicero, donde su dueño había aplastado hasta una docena de moribundas colillas. No sin repugnancia le apartaron la cabeza para agarrar los papeles y leer lo que en ellos hubiera escrito, casi por desesperación y admiración, por curiosidad por saber qué era lo último que había escrito aquella mente brillante, más que porque de verdad creyeran que aquello pudiera ayudarles a resolver el caso.  Con la mirada atónita, absorta, leyeron las primeras palabras de la última página:

‘La cabeza del hombre se desplomó sobre el escritorio. Era un varón de edad avanzada, como podía apreciarse por la flacidez de una piel blanquecina, ya fría, y por esa frente despejada, sólo adornada por unos pocos mechones albos en las sienes. En el momento de caer, con los párpados cerrados en un rictus de dolor, había aplastado una hoja manuscrita que ante él había, y donde había estado escribiendo hasta momentos antes del incidente. La zurda aún sostenía la pluma, que había llegado a tiempo de escribir el último punto y cerrar la enésima frase de aquella historia; la diestra, en cambio, colgaba inerte. El torso desnudo permitía apreciar bien el agujero que había dejado la bala al impactar contra aquel cuerpo robusto; un impacto certero, a la altura del corazón.’

*Texto presentado a reto del grupo Nada nos detiene. Día 2.

**Comentarios que me han dejado en el reto:

Luciana: Me gustó mucho la idea del bucle, del escritor afamado que mata a su asesino y todo ocurre como está escrito. Me recuerda a algún cuento de Cortázar.

Felicitaciones, Javier. 

Hay detalles que corregir, muy pocos.

Javier: Muchas gracias, Luciana; me gustan las construcciones en bucle. En cuanto a los errores, los revisaré.

Pilar:  he de decir que se te da muy bien este género, pero muy bien y la idea de escribir en bucle genial. Si, coincido con Luciana, a mí también me recuerdas a Cortázar.

Javier: ¡Ostras! ¡Muchísimas gracias, Pilar! Me he leído casi todo Cortázar. Que me digáis que os recuerdo a él me hincha el ego.

Pili: ¡Qué bien manejas la intriga, Javier! Cómo a las compañeras, me gusta la idea del relato en bucle y también las descripciones. Me «meto» de lleno en la escena del crimen.

Javier: ¡Muchísimas gracias, Pilar!

Autor: Javier de García y de Ninet,

un bohemio romántico.

Desde las tinieblas de mi soledad.

10/05/2022.

2 comentarios en “EL CRIMEN

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