EL BLOQUEO

*

«Entre deseo y realidad hay un punto de intersección: el amor. El deseo es más vasto que el amor, pero el amor es más poderoso que los deseos. Sólo en ese desear un solo ser entre todos los seres el deseo se despliega plenamente. Aquél que conoce el amor no quiere ya otra cosa. El amor revela la realidad al deseo: esa imagen deseada es algo más que un cuerpo que se desvanece: es un alma, una conciencia. Tránsito del objeto erótico a la persona amada. Por el amor, el deseo toca al fin la realidad: el otro existe. Esta revelación es casi siempre dolorosa porque la existencia del otro se nos presenta simultáneamente como un cuerpo que se penetra y como una conciencia impenetrable. El amor es la revelación de la libertad ajena, y nada es más difícil que reconocer la libertad de los otros, sobre todo la de una persona que se ama y se desea. Y en esto radica la contradicción del amor: el deseo aspira a consumarse mediante la destrucción del objeto deseado; el amor descubre que ese objeto es indestructible… e insustituible. Queda el deseo sin amor o el amor sin deseo. El primero nos condena a la soledad: esos cuerpos intercambiables son irreales; el segundo es inhumano: ¿puede amarse aquello que no se desea?»

¿El autor de semejante reflexión era Luis Cernuda, sobre quien versaba el ensayo, o de Octavio Paz, que lo había realizado? Poco importaba. Las palabras le impactaron; las leyó y releyó varias veces por la profundidad y la belleza que entrañaban. Esa paradoja irresoluble de que hablaba el texto la había tenido en mente durante muchos años. No sabía por qué; nunca había tenido pareja ni se había relacionado con ser humano viviente. Sin embargo, acaso por la situación familiar, en varias ocasiones había reflexionado sobre ello. La conclusión última era que no podía escaparse al egoísmo; que todo amor, por más pasional que fuera, lo que escondía era un deseo de poseer, de tener al otro.

Ver sus ideas en boca de grandes escritores lo azoró. Eran ideas que, aunque compartidas por él, se le presentaban como deprimentes. Cerró el libro y abrió el cuaderno; necesitaba escribir un poco para relajarse. Tomo el bolígrafo y se quedó unos segundos mirando al papel, tratando de concentrarse para hallar un concepto, un motivo de inspiración. Al cabo alzó la mirada hacia el techo; hacia ese techo lleno de manchas de humedad que se iban acumulando. Finalmente volvió a bajar la cabeza y empezó a redactar. No obstante, al cabo de pocas líneas se detuvo; no había manera de continuar. Dejó la pluma sobre la libreta, cruzó los brazos y volvió a observar el techo durante unos segundos. Nervioso, inclino la espalda y apoyó el mentón en la zurda mientras miraba a través de la ventana. De repente apartó la mano y empezó a acariciarse la barbilla; agarró nuevamente el bolígrafo y volvió a comenzar. Sin embargo, al cabo de poco volvió a detenerse. De repente se incorporó y dio unas cuantas vueltas por la habitación; fue a la despensa y tomó un paquete de galletas para aplacar la ansiedad; regresó mientras masticaba una, se dio otro par de vueltas por el dormitorio mientras iba consumiendo las galletas y trataba de calmarse. El paquete estaba a la mitad cuando volvió a sentarse. No debía haber comido tantas; le subiría la glucosa; y el colesterol tampoco lo tenía para echar cohetes. Le habría venido bien tener delante a uno de sus vecinos para conjurar los nervios sin necesidad de autodestruirse más. Pero el mal ya estaba hecho. Se sentó, tomó el bolígrafo y empezó a escribir. Pasados cinco minutos se volvió a levantar. No había manera de superar el bloqueo. Desesperado, se dio una ducha. De vuelta hizo el enésimo intento, tan frustrado como los anteriores. Impotente, se vistió mientras miraba el cuaderno con rostro a un tiempo suplicante y colérico. En su interior se mezclaban el sentimiento de culpa por haber sido incapaz de trazar una triste historia y la rabia por no haber recibido el beneplácito de la musa. Furioso consigo mismo, se aseguró de que las llaves estuvieran en el bolsillo de sus pantalones y salió de casa dando un portazo.

*Texto presentado a reto del grupo Nada nos detiene. Autor: Kurt Vonnegut.

Autor: Javier de García y de Ninet.

Un bohemio romántico.

Desde las tinieblas de mi soledad.

16/05/2022.

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