CIEN PESETAS

Aquella tarde desvió sus pasos; tenía cosas que hacer en su antigua Facultad. Ir hasta allí le producía una sensación extraña; sentimientos encontrados brotaban en su interior. Por una parte se sentía a gusto de regresar a aquel centro donde había estudiado durante cinco años, siempre con la ilusión del primer día, con la emoción y la tensión por los resultados académicos, a veces frustrantes, otras brillantes; pero siempre con una gran dosis de adrenalina que le compensaba el esfuerzo; un esfuerzo, además, que quedaba sobradamente recompensado por el interés de lo que estudiaba. Mas, por otra parte, cuando regresaba a su Facultad lo embargaba la nostalgia, el peso abrumador de los años. Ya no se reconocía en los estudiantes con los que se cruzaba, que más bien podían ser sus hijos. En su interior aún quedaban tímidas aascuas de aquel ímpetu juvenil; pero en el exterior, qué duda cabía, no era ni la sombra de lo que había sido. Los achaques hacían mella en él. Nunca había gozado de buena salud, precisamente; pero ahora lo estaba notando más.

Ya resueltos todos los trámites, pensó en ir a la cafetería y tomarse un café; pero supo controlarse. ¿Para qué iba a hacerlo? No lo necesitaba. Se había tomado uno antes de salir. Tomarse otro en su antigua Facultad habría supuesto un gasto innecesario, más bien guiado por la emotividad que por la racionalidad; el placer de relajarse sentado ante una mesa mientras ingería el brebaje. Un placer por demás breve. ¿Cuánto duraba? Lo pensaba y se le figuraba un orgasmo. Sus cafés eran más baratos y más abundantes; los podía degustar durante más tiempo mientras se calentaba las manos al sujetar la taza.

Puesto que había tenido que desviarse, en cuanto se desocupó decidió dar un paseo por la zona universitaria. No había estudiado en ese campus. Ojalá lo hubiera hecho; ése sí que era un campus decente. Mientras caminaba por entre las facultades no dejaba de mirar a los jóvenes con envidia y con añoranza. Se les notaba felices, ilusionados. Veía a esos enamorados llenos de hormonas; a esos prometedores abogados, jueces y políticos corruptos, que en pocos años contribuirían a saquear las arcas del Estado, y sentía rabia por constatar que ya no pertenecía a ese mundo, y que no podía participar de los sueños y de las ambiciones que tenían esos estudiantes.

De repente se sintió fatigado. El paseo, el calor y el peso de las reflexiones lo abrumaron. Vio abierta la puerta de emergencia de una de las Facultades; decidió internarse y aprovechar para ir al lavabo. Después podría descansar en un banco; ahí habría aire acondicionado. Cuando buscaba los aseos vio una máquina de café; no pudo reprimir la curiosidad y se acercó a consultar los precios. Contrariamente a lo que decidiera minutos antes, esta vez optó por tomárselo. Al fin y al cabo, sería más bararo que en la cafetería.

Salió del baño, se acercó a la máquina, introdujo una moneda de un euro, seleccionó un café solo y aguardó al cambio. Tras ello fue a un banco y se lo tomó con calma, agarrando el vaso con ambas manos, como tenía por costumbre, pese a que con una le bastara. El calor, el dulce aroma, le echizaban. En aquel pasillo, además, no había nadie; todo era silencio. Silencio para pensar, para meditar en soledad y con la paz de un buen café humeante.

Tras apurar las últimas gotas agarró las cosas y se marchó. Ya en la calle hizo cuentas. Había pagado sesenta y cinco céntimos por aquel café; es decir: algo así como ciento diez de las antiguas pesetas que había conocido en su ya remota juventud, y que tanto añoraba. En sus tiempos por cien pesetas era posible tomar un café en un bar; hoy debía pagar diez pesetas más por un triste café de máquina, servido en un vaso de plástico. Si hubiera accedido a tomárselo en un bar,habría tenido que pagar entre doscientas y doscientas cincuenta pesetas. La vida estaba por las nubes. Lo pensaba y eso acentuaba su nostalgia. Añoraba aquellos años en que era estudiante, cuando perdía el sueño por los exámenes, pero luchaba con la ilusión de que su vida adquiriría sentido algún día; cuando la peseta aún era la moneda de curso legal, cuando la tecnología no había llegado para destruir toda la crítica e instaurar el pensamiento único; cuando los niños aún no hacían con un móvil incrustado en el cerebro y salían a las calles a jugar. Pensaba en todo ello mientras caía la noche. El mundo había dejado de ser un lugar apacible.

Autor: Javier de García y de Ninet,

un bohemio romántico.

Desde las tinieblas de mi soledad.

21/05/2022.

3 comentarios en “CIEN PESETAS

  1. Hace pocas semanas me vi en una situación exactamente igual que la que describes, Javi. Los sentimientos y sensaciones fueron muy parecidas…Todo lo vivido se había esfumado y apenas nada tenía que ver con esa chavala 24 años atrás…Me ha dado una punzadita tu escrito. Un abrazo

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