Tras un año de espera por fin había llegado el gran día. El mundo entero se paralizaría durante el próximo mes para asistir a aquel duelo que adquiría proporciones titánicas. No estaba en juego sólo un título; había mucho más que eso: se trataba de una cuestión de honor. Por primera vez en décadas la otra gran superpotencia mostraba los dientes y presentaba a un candidato que muchas quinielas daban como favorito para arrebatarle el título al vigente campeón, el representante de la archienemiga. Dos maneras de concebir la vida, dos maneras de concebir la política, ambas irreconciliables.
<<El representante de K acude al presente encuentro en plena forma. Hace tres meses venció en el torneo de candidatos con una superioridad insultante a sus rivales, llegando a sacarle dos puntos y medio de ventaja al segundo clasificado. La pregunta que todos nos hacemos hoy es cómo llegará el representante de Z; no ha disputado ningún torneo en los últimos meses, acaso preparando a conciencia un duelo que ya se preveía como seguro. Otra de las incógnitas es cómo pueda afrontar cada uno la presión. Verse observados por millones de espectadores; o, lo que es peor, la idea de saber que el prestigio de todo un imperio depende de ti, es mucha. Son muchas las dudas que nos asaltan a todos. En cuestión de unas horas empezarán a disiparse>>, narró una reportera de un medio independiente.
Frente a frente, de pie, ambos ajedrecistas mantuvieron la mirada baja; ninguno osó mirar al otro. Únicamente por protocolo se dieron brevemente la mano. A continuación se sentaron, tocaron las piezas una por una para ponerlas tal como deseaban, ni un milímetro más a la izquierda ni un milímetro más a la derecha, y el árbitro pulsó el reloj del ajedrecista de Z; éste jugó e4, apertura de rey. El representante de Z avanzó una casilla el peón opuesto -e6-; defensa francesa, cómo no; con ella había cosechado sus mejores resultados. El otro, impertérrito, prosiguió con d4. A continuación el candidato jugó d5, exponiendo su infante a la furia del del monarca vecino. Mas entonces, para sorpresa de ambos jugadores y del público asistente al pabellón de deportes, el peón que hacía menos de un segundo ocupaba la casilla d5 había retrocedido espontáneamente al puesto de salida. El representante de K, que ni siquiera había tenido tiempo de pulsar el reloj, volvió a avanzarlo, pero él volvió a retroceder. No hubo un tercer intento. Cuando el representante de K trato de hacerlo avanzar, no lo consiguió; el peón estaba fuertemente adherido al escaque de salida. Aterrado por el transcurso del tiempo, el representante de K llamó al árbitro, que no opuso reparo a interrumpir el juego mientras se solucionaba aquella extraña situación. Al fin y al cabo, todos habían sido testigos de aquella insubordinación manifiesta del infante. Y entonces, en medio de la admiración de la concurrencia, el otro peón, el colega de e6, solidarizado con su colega, también retrocedió.
<<No vamos a dejarnos matar; no somos carne de cañón. Siempre se nos ha pisoteado. Yo no estoy dispuesto a dar la vida por nadie, y menos aún por un monarca déspota y corrupto>>. Todas las piezas se habían encaramado contra su rey, aquél a quien debían fidelidad y pleitesía; aquél por quien la ley decía que debían sacrificarse y entregar sus vidas. Incluso su consorte, harta de la vida libertina de su esposo y de exponerse por un ser tan abyecto, se plantó frente a él. Mientras tanto los organizadores estudiaban el caso. La delegación de Z protestó; dijo que aquello era inconcebible; que se trataba de un montaje para demorar el duelo y poner nervioso a su candidato, y reivindicaron el título por abandono del rival. Aquella refriega podría haber ido a mayores de no ser porque las piezas de Z, solidarizadas con las de K, también abandonaron el campo de batalla y se atrincheraron junto al grueso del ejército. Estupefactos, los delegados de Z comprendieron que no había sabotaje, montaje ni ningún metraje; ya no podían reclamar para sí el codiciado título.
Se optó por guardar aquel juego de piezas para someterlo a un riguroso estudio y abrir otro; se preparó el tablero y se ajustó el reloj de K para devolverle los segundos que le había costado el incidente. Pero entonces se comprobó que las piezas nuevas tampoco se movían; que permanecían acuarteladas, fuertemente adheridas a sus casillas. Se repitió la operación de cambio de juego hasta en siete ocasiones, todas con idéntico resultado: las piezas no respondían. En medio de la confusión, alguien llegó a sugerir que se suspendiera el duelo y que el título fuera compartido; pero esa opción fue al instante abandonada. Ninguna de las dos delegaciones estaba dispuesta a ceder. No eran sólo los millones que se llevaría el ganador, sino el prestigio por haber derrotado al eterno rival; el gozo por humillar a quien tanto se detestaba. El encuentro debía acabar en sangre, la propia o, más convenientemente, la del otro.
Los organizadores, dada la negativa a aceptar el título compartido, respondieron que no hallaban el remedio a aquella crisis, y que ponían sus cargos a disposición de quienes los quisieran. Informados del suceso, los tiranos de las superpotencias estallaron en cólera; aquello no podía acabar así. Habían renunciado al uso de la fuerza a cambio de aquel choque incruento, y ahora también eso se les negaba. Dispuestos a calmar su sed de sangre, mandaron movilizar a sus tropas, mas éstas desobedecieron la orden; dejaron las armas en los cuarteles y regresaron a sus casas.
Aquello era mucho más de lo que los tiranos estaban dispuestos a aguantar, y la población mundial lo sabía; de todos era conocido el odio visceral que se profesaban. La gran esperanza de aplacarlos había sido aquel duelo, finalmente suspendido. Sabían que ahora todo dependía de quién pulsara primero el botón nuclear; ése borraría del mapa la mitad del planeta. Por unos segundos millones de personas contuvieron el aliento, presas del terror; algunas se desmayaron, incapaces de mantener la calma ante tal incertidumbre; otras gritaron y lloraron. Pero transcurrieron los minutos y no ocurrió nada.
<<Lamentamos informarles a nuestros televidentes que esta tarde se ha producido una violenta explosión en el despacho de nuestro comandante y guía espiritual, nuestro amado comandante de Z. Las investigaciones apuntan a un fallo en la detonación del botón nuclear. Dios lo tenga en su gloria>>, comentó una reportera local. A miles de kilómetros en territorios del imperio de K, se repetía el discurso, sólo referido a su propio tirano.
*Texto presentado a reto del grupo Nada nos detiene. Autor homenajeado: Gabriel García Márquez.
Autor: Javier de García y de Ninet.
Un bohemio romántico.
Desde las tinieblas de mi soledad.
31/05/2022.