La vista desde arriba me hace sentirme distinto, poderoso; me ayuda a ganar en objetividad y a percibirme como lo que realmente soy: como un ser muy superior a todo ese conglomerado de insectos que pululan allá abajo como hormigas. Desde acá siento que por una vez se hace justicia; que la insignificancia a que los reduce la distancia es un fiel reflejo de su nulidad y del absurdo de su despreciable existencia. ¡Ojalá fuera ése su verdadero tamaño y se encontraran frente a mí para poder aplastarlos y acabar así con seres tan mezquinos! No dudaría ni un segundo en segar unas vidas regidas por el automatismo, por esas carcajadas fáciles, que más bien parecen responder a brotes psicóticos; esas actitudes miméticas y serviles los unos de los otros, como si no fueran más que copias sacadas de una impresora en 3D, vulgares clones. Desde luego que no me remordería la conciencia azotarles con el rayo divino si en mi poder estuviera. Al fin y al cabo, esas vidas carecen de sentido y son fácilmente reemplazables; y todos hemos de morir algún día, yo inclusive. ¡Tan injustos son los hados, que el más perfecto de los seres, aquel cuya existencia podría conferir cierto sentido al universo e incluso dotarlo de armonía, se ve rebajado a la altura de un simple mortal! ¡Un ser cuya única existencia vale mucho más que la de todos los seres que le rodean va a perecer, igualado con esas personas abyectas, cuya desaparición no es sólo conveniente, sino necesaria, si realmente se quiere que el mundo esscape de esta situación nauseabunda en que se halla sumido para alcanzar un mínimo progreso! Me indigna que así sea. No me queda otro remedio que tragarme la bilis y gozar de este mínimo instante en que puedo manifestarme ante mis propios ojos como el ser divino que debí haber sido, y en aniquilar a todas esas viles alimañas con el pensamiento, con el deseo. En cuestión de unas horas todo habrá terminado; el vuelo habra tocado tierra y se acabará mi sueño; volveré a tener cara a cara a toda esa chusma, engrandecida y envanecida con su estúpido ego. Y es que muchos no sólo se creen mis iguales, sino incluso por encima de mí. Y yo, que impotente debo cruzarme a diario con toda esa basura, debo reprimir mis impulsos asesinos; debo ser un «buen ciudadano» para evitar la cárcel, la condena que recibiría por el mero hecho de haber hecho un poco de limpieza. Más vale dejar de pensar en ello. El mundo, además de caótico, es injusto, y no puede hacerse nada al respecto. Sólo me queda disfrutar de mis últimos momentos de gloria. Si tuvieran un poco de conocimiento, todos esos mentecatos se prosternarían ante mí y me adorarían.
*Primer escrito de la Segunda Semana de escritura del grupo Nada nos detiene. Autor homenajeado: Margaret Atwood. El texto debía comenzar por «Mi vista desde arriba».
**Comentarios para texto de Javier (si dejás comentarios a este texto, no te olvides de poner tu nombre)
Pilar: wowww, Javier,¡ qué poca fe en la chusma! Jajajaja. Un placer leerte.
Noemí: Me gustó!! Yo sinceramente, pensé que terminaría en suicidio este monólogo.
Luciana: Me gustó mucho. Conozco personas así y, al igual que Noemí, pensé que iba a saltar, a suicidarse.
Autor: Javier de García y de Ninet,
un bohemio romántico.
Desde las tinieblas de mi soledad.
07/06/2022.