OTRA PERSPECTIVA

Escrito dedicado a mi padre:

El agotamiento por la larga expedición fue tal, que demoraron dos días en reponerse. El clima, además, en nada contribuía a su recuperación. Él recordaba con añoranza la primera vez que había explorado aquellas latitudes, cuando aún era niño y albergaba un sentimiento que, si no era felicidad, al menos se parecía en mucho. Por aquel entonces, con los primeros conatos de nostalgia en su inocente alma, pasaba apacibles los días de frío cuando empezaba a caer la noche, y aún más de madrugada, cuando necesitaba taparse con gruesas mantas. Era un estremecimiento agradable, con un halo de romanticismo, que siempre había habido en su espíritu, siquiera de forma embrionaria, antes de que con el transcurrir de los años echara fuertes raíces.

Ahora, sin embargo, con el paso del tiempo, el cambio climático se ensañaba con todo el planeta; las temperaturas eran cada vez más elevadas, y el verano se hacía insoportable aún en aquel lugar. A medio día el sol que azotaba las calles les hervía en el cuerpo; los dejaba sin energía, incapaces de dar más que unos pocos pasos. Con el cansancio que entonces acumulaban, salir de la habitación del hotel se dificultaba todavía más.

Fue por ello que tuvieron que esperar hasta el día 30 para salir. Las temperaturas superaban los 30 grados, emulando y excediendo el dígito del mes. Fueron a Salardú, un pueblo que su padre recordaba como tranquilo y bello, con una iglesia románica que le había gustado la primera vez que había estado. En esta ocasión, no obstante, apenas pasearon por ahí un cuarto de hora, debido al calor que hacía, que les impedía disfrutar de aquellas calles angostas. Fue el tiempo justo para visitar de nuevo la iglesia y comprar algo de comida en un supermercado antes de huir de aquel horno.

Resolvieron repetir el viaje que habían realizado una semana antes a Baqueira. En aquella ocasión, una espesa niebla les había obsequiado con un paisaje de fantasía. Ahora, con un clima radicalmente distinto, podían apreciar desde el mirador las impresionantes vistas que desde ahí se ofrecían; los pueblecillos incrustados en las montañas y los majestuosos montes que se vislumbraban a lo lejos. Era un paisaje que, sin embargo, con toda su belleza, no podía sustituirle la impresionante estampa de ensueño de que había gozado, aquel suave manto de algodonosas nubes blancas.

De nuevo ascendieron hasta la llanura, poblada por caballos y vacas, pero anduvieron poco por aquel paraje, pues su padre pronto empezó a resentirse por el cambio de altura. Pasaron algunos minutos descansando en el coche, relajados antes de emprender el descenso. El mareo del buen hombre se hacía llevadero si estaba acomodado en el asiento, con la placidez de aquellos 24 grados.

Autor: Javier García Sánchez,

desde las tinieblas de mi soledad,

08-08-2017.