Un sudor frío caí desde su frente. Aún estaba a tiempo. Podía levantarse y salir discretamente; nadie le pondría ninguna objeción. Como mucho, alguna pregunta por su cambio de opinión. Sin embargo, haber concertado una cita y marcharse de repente, sin dar explicaciones, y cuando su nombre figuraba ya en el registro como una oscura mancha… Aquello le remordía. Si se quedaba y aceptaba las consecuencias de sus temores, ésas que ahora achacaba a su inconciencia y a su impulsividad, a unos nervios descontrolados, ya no habría vuelta atrás; tendría que enfrentarse a lo desconocido, quizá a agudos dolores; en el peor de los casos, a una muerte torturante. Si huía, en cambio, permanecería fiel a sus ideales, a sus suspicacias; tendría una mayor seguridad en la integridad de su propio cuerpo. No obstante, nadie le aseguraba que no hayara igualmente la parca en medio de una cruel agonía.
¿Por qué había cedido? Demasiadas voces le habían incitado a ello. No eran sólo familiares y amistades; eran personas que se habían visto involucradas en esa situación tan desesperante; personas intubadas, a las que les faltaba el oxígeno. Aquello no era nuevo para él; ya había pasado por eso en varias ocasiones. Estar intubado, tal como había visto en los medios, era algo terrible. Y en su caso, con las defensas tan bajas, tendría que afrontar una lucha titánica. Siempre tomaba sus precauciones; eso era algo que le había dado seguridad. Pero ahora dudaba que eso fuera suficiente; que pudiera conjurar de ese modo la fatal amenaza. Por eso había salido de su escondite y había depuesto su enconada resistencia.
Absorto en sus pensamientos, debatiéndose entre la fuga y lo desconocido, alzó de pronto la cabeza con una expresión de pánico cuando oyó su nombre. Lo había pronunciado una voz dulce, aguda, femenina. Mientras se recobraba de la impresión se decía que la muerte tiene extraños métodos; que a veces se disfraza para acometer de una manera más seductora y agradable. En cualquier caso, se acababa el tiempo. Todavía podía entrar en la enfermería y decirle a la mujer que se había arrepentido; que prefería renunciar. O, si la verdad podía resultar arriesgada, ante posibles objeciones de la otra, mentir; decir que había recibido una llamada de urgencia y que debía irse, pero que volvería a pedir la cita. Pero no lo hizo. Toda su voluntad estaba anulada. En lugar de oponer resistencia, se levantó y entró en la enfermería con el rostro lívido, entregado a lo que fuera a suceder.
La enfermera, una chica joven, de unos treinta años, con el cabello rubio y ondulado que le caía graciosamente por encima de la bata, le sonrió al entrar. Al instante se sorprendió del estado del otro, cuya blancura mortecina superaba el color natural de la piel de ella. Consciente de su belleza y de sus encantos, le habló tiernamente para relajarlo y hacerle tomar confianza. Él, ya entrado en años, conocía de sobra esas mañas; no se dejaba dominar fácilmente.
Se despojó de una capa, luego de otra; y aún de una tercera. Mientras tanto la contemplaba de espaldas, preparando el antídoto. De repente se giró. La dosis era insuficiente; debir ir por más. No supo cómo interpretar aquello. Por una parte, era una nueva oportunidad para huir. Siempre podría alegar que tenía el tiempo justo; que había accedido con la idea de que sería algo rápido; incluso con un supremo esfuerzo, violentándose a sí mismo, podría fingir indignación por tal imprevisto. Por otra parte, sin embargo, huir no se le hacía fácil. Si su voluntad estaba debilitada, mucho más por hablarle una mujer con ese timbre de voz tan magnético. Por más ducho que fuera en esas técnicas, al final terminaba cediendo. Se dijo que el destino era increíblemente sádico con él; que se regodeaba con su sufrimiento, con aquella prolongada espera, con esa agonía tan atroz.
Finalmente la enfermera regresó con la dosis exacta. Sin dejar de sonreír acabó de preparar el antídoto y se acercó a él, que giró la cabeza hacia el lado opuesto. Respiraba hondo, sospechando y anticipando el dolor que iba a sentir. No obstante, fue menos traumático de lo que esperaba. Sintió en el brazo un leve contacto, quizá suavizado por la presencia de la hermosa mujer. Creyó haber recibido un beso.
Autor: Javier García Ninet,
un bohemio romántico.
Desde las tinieblas de mi soledad.
24/01/2022.