Me acuerdo de aquellos lejanos días, cuando mi papá pasaba llas noches conmigo; de las tardes en que me llevaba al parque. Siempre estaba atento a cómo me sentía; siempre me animaba con una sonrisa de esperanza cuando me caía y me hacía daño; cuando me sentía abrumado por una muerte demasiado temprana.
Me acuerdo de los paseos por la noche, por la avenido principal del pueblo; de cómo caminábamos por la orilla de la playa en busca de conchas. Quizá yo me sentía cansado, pero él conseguía que continuara; me reanimaba y continuaba. Después nos metíamos en el mar; él nadaba y jugaba conmigo, siempre atento a que no me fallaran los manguitos. Hacía castillos en la arena conmigo. A veces, cuando estaba despistado, me vaciaba un cubo de agua por la espalda; yo lanzaba entonces un grito de alegría y de impresión.
Me acuerdo de cómo papá secaba mis lágrimas cuando el dolor por mi suerte era demasiado intenso y no podía contener el torrente que se desbordaba en mi interior; cuando, afligido por sentirme tan diferente de los demás chamacos; cuando, solo en casa, sin niños con los que relacionarme y compartir risas, encontraba un hueco en su trabajo para atenderme.
Me acuerdo de las cenas en familia. Papá siempre a mi lado; era él quien me daba la medicina que estuve tomando durante unos quince años. Era él quien me servía; era él quien me vigilaba para que comiera y me alimentara; era él quien con tanta paciencia insistía para que me comiera la fruta, pese a que yo me demoraba. Ahí estaba él, siempre con una sonrisa y con dulces palabras.
Me acuerdo de cómo papá me ayudaba en las tareas escolares; cómo convertía aquello tan arduo en un juego. Las matemáticas, siempre mi punto flaco; pero él siempre dispuesto a explicármelas. No estoy seguro hasta qué punto las entendía; a día de hoy creo que no sabría resolver uno de esos problemas que papá conseguía desentrañar sin el más mínimo esfuerzo. Per el mero hecho de estar a su lado, ver su sonrisa, su mirada cariñosa, escuchar su dulce voz, sentir su presencia, hacía que valiera la pena.
Me acuerdo de las noches en que lo despertada acongojado por el llanto, temeroso de morirme en cualquier instante o de perderlo a él. Papá de nuevo hacía acopio de paciencia; me llevaba al comedor, me acariciaba y me platicaba con toda su ternura. Pese a mi corta edad -creo que no tenía ni diez años-, emplezaba a hablarme de filosofía; del estoicismo, concretamente. Adaptaba sus palabras al pobre entendimiento de un chamaco, sin profundizar. Lo veía tan sereno, que me transmitía su calma; me relajaba y conseguía que me durmiera, aunque a la noche siguiente me olvidara de lo conversado, me perturbaran los mismos pensamientos y lo despertara de nuevo.
Me acuerdo de cómo papá me inculcó el hábito de la escritura cuando me instó a escribir un diario. Tenía entonces diez años. Me daba pereza y lo dejaba a menudo; pero de repente pensaba en él, en que quería que lo hiciera; y entonces lo retomaba. Tardé años en darme cuenta de que así consiguió que aprendiera a expresar mis emociones, a desahogarme de mis frustraciones y a hallar un camino para escapar de mi soledad.
Me acuerdo de cómo papá insistió para inculcarme el hábito de la lectura; ése le costó más. Tardé años en habituarme. Siempre me platicaba sobre Julio Verne, el primer autor que le encandiló; me dio a leer algunos de sus libros, no recuerdo cuáles. Por aquel entonces accedí como si fuera una obligación, por no defraudarlo. Ignoraba que, sin percatarme, el jarabe iba haciendo poco a poco su efecto.
Me acuerdo de cómo papá me apoyó incluso cuando iba al instituto y regresaba a casa angustiado por el maltrato continuado que sufrí durante tres años; cómo se opuso a que dejara los estudios, amedrentado por el continuo acoso que recibía; cómo me explicaba en latín y griego con el mismo tesón que tuviera para explicarme las matemáticas durante la infancia; cómo yo, sin estar seguro de si lo entendía, gozaba a su lado.
Me acuerdo de cómo en la Universidad siguió ayudándome con aquellas lenguas. La filología clásica se me atragantaba; quise estudiarla por él, porque en su tiempo él no pudo. Lamenté mucho haberle fallado.
*Escrito presentado a la quinta ronda del Mundial de Escritura por el grupo Nada nos detiene. Consigna: comenzar los párrafos con la frase «Me acuerdo de«.
Texto dedicado a mi padre.
Autor: Javier García Ninet,
un bohemio romántico.
Desde las tinieblas de mi soledad.
04/11/2022.
Tantos y tantos recuerdos maravillosos vividos y recordados! Un saludo
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¡Muchas gracias, Anita!
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